La pandemia realzó la importancia de la comunicación en los procesos educativos. Sin embargo, en muchos casos, esa mirada ha quedado circunscrita apenas a la importancia de los soportes tecnológicos y la conectividad para garantizar la educación que obligadamente se brindó y se seguirá ofreciendo –al menos en parte- a distancia. Más allá de esa consideración, es necesario tener en cuenta que –sobre todo en la sociedad contemporánea- educación y comunicación son dos ámbitos y actividades inseparables. En principio porque la acción de educar es insoslayable de la comunicación entendida, en primer lugar, como construcción de sentidos colectivos en cualquier comunidad y, en segundo término, porque requiere desde siempre de soportes comunicacionales, sean estos libros o multiplicidad de pantallas.
Todo hecho educativo demanda mediaciones comunicativas y no hay situación comunicativa que, de alguna manera, no tenga incidencia educativa.
Los avances tecnológicos y el desarrollo de la sociedad de la información imponen cambios en la vida de las personas y en sus formas de relacionamiento, obligan a rápidas y ágiles adaptaciones no solo para la transmisión de contenidos, sino sobre todo acerca de las nuevas formas de producción de conocimientos mediados por la comunicación y la distancia. En lo atinente de manera específica a la educación, más que pensar en la reforma de contenidos curriculares es necesario preocuparse por las modificaciones en las formas de aprender, producir y comunicarse.
Un estudio realizado por CEPAL sobre los cambios introducidos en la educación a raíz de la pandemia de la covid-19, señala que los nuevos formatos introducidos “requieren de docentes formados y empoderados para que puedan tomar decisiones pedagógicas sobre la base de los lineamientos curriculares definidos en cada país y las condiciones y circunstancias de sus estudiantes”. Porque “si bien durante la pandemia muchos actores se han visto impulsados a poner a disposición materiales y recursos en diferentes plataformas, el cuerpo docente necesita tiempo y orientación para explorarlos, conocerlos y contar con criterios para la toma de decisiones sobre su uso”.
En este marco resultan insuficientes algunos debates que solo se centran en la presencialidad porque, siendo importante en muchos sentidos, no agota las consideraciones sobre los nuevos escenarios que, como efecto colateral, nos sigue dejando la pandemia como resultado lógico del cambio de las conductas y las prácticas.
En una de sus conclusiones, el mismo documento de CEPAL antes citado subraya que “en este escenario, y dadas las próximas etapas de la pandemia y los fenómenos o procesos de crisis mundial futuros o con los cuales ya convivimos -como el cambio climático-, es cada vez más frecuente que en los discursos de actores clave se señale la necesidad de repensar la educación dando prioridad entre los nuevos contenidos a la preparación de las y los estudiantes para comprender la realidad, convivir y actuar en tiempos de crisis e incertidumbre, tomar decisiones a nivel individual y familiar e impulsar soluciones colectivas a desafíos urgentes que contribuyan a la transformación estructural del mundo”.
En consecuencia, el regreso a la presencialidad plantea un temario amplio para docentes y estudiantes de todos los niveles que requiere una reconsideración acerca de cómo y de qué manera la comunicación, el uso de sus técnicas y recursos interviene en los procesos educativos, no apenas como auxiliar sino como un componente esencial de los procesos pedagógicos y de construcción de saberes. Y a ello se agrega la necesidad de repensar la agenda educativa, incluyendo las cuestiones curriculares pero, aún más allá de los límites de la misma, para interrogarse acerca de los saberes necesarios para moverse en un mundo de escenarios en permanente cambio que plantea renovadas exigencias para quienes lo habitamos.
Fuente: Página 12