Por: Lic. Silvina Ferreyra
Dejan de volar los aviones y de navegar los barcos, se cierran los centros comerciales y las oficinas de los estados, las escuelas dejan de estar habitadas por docentes, niños, niñas y adolescentes. Los hospitales se preparan para dar pelea, los hogares permanecen habitados las veinticuatro horas, se restringe la circulación en las calles de todo el mundo e internet es el único espacio social donde es posible interactuar.
El deterioro de la comunicación experimentada en convivencias donde el diálogo y el entendimiento son frágiles, por momentos nulos, ha ido dañando la trama humana de manera considerable. La crisis de autoridad de los gobiernos y el agobio de exigencias para los ciudadanos comunes complejiza la construcción de un mundo
común donde exista lugar para el bienestar de todos los habitantes y cada una de sus singularidades en lo biológico y en lo cultural.
Siempre es difícil imaginar el modo exacto en el que la naturaleza impondrá su poderío, esta vez lo expresa con algo minúsculo: un virus, invisible, microscópico. Con solo un micro organismo se detuvo a la humanidad entera; se confinó a las personas en sus casas y paradójicamente se inició un proceso de restauración del aire, el agua y la tierra. La amenaza a la vida humana provoca conductas obligadas de asilamiento que restauran la vida de la naturaleza y del resto de los seres vivos.
La humanidad y sus dominios están en jaque; el poder político, la ciencia y la tecnología no encuentran los modos de controlar la pandemia. Se inicia la urgencia del desarrollo de actitudes éticas, empáticas y amorosas para preservar vidas. La tolerancia, el respeto y la comprensión se vuelven imprescindibles para conservar la salud física y emocional de los seres queridos, y de los que comparten la comunidad que habitamos.
El tiempo dirá qué transformación devino de la propagación mundial del virus COVID-19 en nuestros modos de relacionarnos, organizarnos socialmente, obtener recursos materiales, sostener la salud pública y la educación. Sin embargo, se observa en tiempo real, que en esta experiencia la convivencia y la crianza se volvieron el exclusivo hábitat donde mora nuestra existencia para los que vivimos en familia.
Aquellos vínculos que están actualizados y nutridos dan la posibilidad de una mejor y fluida convivencia. Todo aquello de lo que no nos ocupamos por estar más conectados con el mundo externo que con el interno hace de este “ahora” una experiencia aún más compleja en un obligado aislamiento.
Poder tomar conciencia sobre la trama que nos edifica y nos acompaña en el transcurso de experiencias vitales, es parte central de lo que caracteriza a este oficio, el de criar, a este aspecto de la educación que casi nunca es abordado dentro de los temas que preocupan a las teorías que explican el aprendizaje, ya que las mismas, en general, focalizan su accionar en fundamentar el fenómeno docente-alumnos-alumnas y en los contenidos curriculares que entre ellos circulan para la enseñanza, una experiencia distinta a poder acceder a la dimensión de educar.
Incluir la crianza, en nuestro hacer reflexivo, permite incorporar a la familia como parte esencial del hacer educativo de una cultura y de su bienestar. Identificar los recursos que la misma tiene para aportar a la sociedad la distingue como un ecosistema en sí mismo. En estos tiempos, se convirtió en la herramienta esencial para contener millones de personas a salvo, en aislamiento social, para evitar que esta pandemia (COVID-19) extinga gran parte de la humanidad.
Sin embargo tenemos que suponer que no todas las familias pueden convivir en armonía, encontrar estrategias para la supervivencia ante la adversidad y hasta puede convertirse en una trampa mortal para los casos donde lo naturalizado en la convivencia es la violencia y el maltrato.
La posibilidad de generar también un conocimiento nutricio para la calidad de los vínculos en la convivencia familiar, escolar y en la vida de una comunidad surge cuando es posible reflexionar, interrogarse, investigar y cuestionar la función de madres, padres y docentes para realizar esta nueva mirada educativa.
La habilidad de aprender se desarrolla en la vida de niñas y niños desde que nacen, lo que da lugar al advenimiento de vidas singulares. Esto construye identidades y subjetividades que a su vez puedan transformar los entornos sociales donde conviven. La calidad de vida de madres y padres favorecerá la de sus hijos e hijas y en el desarrollo integral y pleno de niñas, niños y adolescentes, los padres podrán evolucionar como seres humanos éticos y amorosos.
Leé el artículo completo
[pdfviewer width=”600px” height=”849px” beta=”true/false”]https://www.jaeccba.org/wp-content/uploads/2020/11/Reflexiones-Crianza-Educacion-1.pdf[/pdfviewer]