Lic. Carlos Martín Raco
Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos (CEFyT)
No es una novedad para ninguno de nosotros que la vivencia de la pandemia se hizo abruptamente presente y llegó para trastocarlo todo. Su impacto se hizo sentir en el ámbito de lo social, de la vida familiar, del mundo del trabajo, del modo de vivir las relaciones interpersonales, y también, ciertamente, afectó la realidad de la escuela y de nuestra labor como docentes y como catequistas. Las maneras habituales de llevar adelante las actividades propias del enseñar y el aprender, y las mediaciones que teníamos como “normales” para evangelizar y acompañar los procesos de maduración de la fe se vieron fuertemente desafiadas a reformularse, reinventarse, y dar lugar a la novedad. Y esto también, en fuerte medida, porque la experiencia de la pandemia y del distanciamiento social al que nos vimos forzados está también modificando nuestras subjetividades, nuestros vínculos, e incluso también nuestras maneras de vivir y experimentar la espiritualidad y la conexión con lo sagrado…todo se ha trastocado.
Sin mencionar, aunque es un dato insoslayable, que todo esto debimos tramitarlo en un escenario de fuerte incertidumbre, de temores, de mucho dolor en aquellos que se vieron afectados más directamente por la enfermedad, el aislamiento, la suspensión de los encuentros interpersonales, las dificultades socio-económicas, la zozobra de la pérdida de un ser querido…
Mucho se ha dicho respecto de cómo podríamos tornar en oportunidad este contexto tan particularmente difícil y desafiante desde la identidad propia del evangelizador, del catequista, de quien tiene a su cargo acompañar en el camino el proceso creyente de los niños, niñas y adolescentes de nuestras comunidades. Sin afán de originalidad, pero sí de subrayar aportes diversos que me parecieron sugerentes, comparto aquí ideas que pueden ayudarnos a darle a nuestra labor catequística un perfil novedoso, como respuesta a la asunción crítica pero también humilde de la realidad que nos toca.
Siguiendo las intuiciones de Papa Francisco en “Evangelii Gaudium” y en su invitación al Pacto Educativo Global, y también a otros autores, me animo a sugerir algunas claves para repensar la tarea catequística:
- Darle primacía a la vida antes que a los contenidos: la pandemia, bien entendida como una oportunidad, vino a impulsar al catequista a migrar de una catequesis solamente centrada en contenidos doctrinales y celebraciones sacramentales hacia un aprender a asumir las angustias y esperanzas del hombre de hoy como parte esencial del contenido de la catequesis, y no a tomarles en cuenta tan solo como una referencia metodológica por implementar. Es una oportunidad para aprender a darle primacía a la vida, a valorar que desde la catequesis acompañamos a nuestros hermanos en su aprender a vivir, que los aprendizajes que hemos de privilegiar en nuestra tarea pastoral no vienen plasmados en libros y formularios para memorizar, sino que están escritos con las letras vivas del cotidiano relacionarse efectiva y afectivamente con nuestros prójimos; con un aprender a ser y un aprender a estar, ahí donde se gesta la vida en el interior de los hogares, ahí donde se desarrolla la vida en las calles y plazas de la comunidad, ahí en las redes sociales en donde la pandemia nos llevó a dar cauce a las inquietudes humanas. Algunos autores llaman al trabajo con este punto de partida el “pre-kerigma”, que ayuda a acoger luego el primer anuncio en un terreno previamente preparado y sensibilizado.
- Centrar la labor catequística en el anuncio del kerygma, y del Reino de Dios que Jesús vino a ofrecer con su Encarnación, muerte y resurrección. Esto lleva a visibilizar de manera particular algunos valores y actitudes de y para una humanidad nueva, que no siempre fueron contenidos de las catequesis que ofrecíamos. Trabajar en torno a la importancia del cuidado esencial como valor primordial (cuidado que es autocuidado, cuidado del otro y de la naturaleza); el sentimiento de pertenencia a la tierra y a la naturaleza; la solidaridad y la cooperación como valores sociales, empezando por los últimos o los más débiles; el sentido de responsabilidad colectiva; la hospitalidad, el aprender a convivir y el respeto incondicional por todos los seres; el cultivo de una fe que se hace praxis de compromiso por la justicia social y la lucha por la igualdad de oportunidades, entre otros.
- Ayudar a cultivar una auténtica inteligencia espiritual que parta de una sólida inteligencia emocional, propiciando instancias de contacto con uno mismo, con su interioridad, con su manera de sentir y tramitar las emociones, los afectos, las reacciones, los criterios de juicio, los vínculos… Crear espacios para tomar contacto con el propio mundo interior y el vasto mundo de los deseos, que nos proyectan más allá de nosotros mismos y nos invitan a trascender, a salir, a buscar… Este contacto profundo con la propia humanidad ayuda a tomar conciencia de nuestra fragilidad radical, nos torna más humildes, nos lleva a reconocer la vulnerabilidad que nos atraviesa y la necesidad que tenemos de contar con Dios y con nuestros hermanos para poder sostener y disfrutar la vida. En este desafío también se incluyen el desarrollo de una actitud contemplativa frente al misterio de la vida y el trabajo con la propia corporeidad, primera frontera en la que se lucha el combate con la enfermedad, pero también mediación maravillosa de nuestro ser interior para uno mismo y para la expresión, la comunicación y el encuentro con los demás.
- Despertar de la creatividad. La creatividad, muchas veces aletargada en la vida del catequista como consecuencia del hábito de las instancias eclesiales de estar proveyéndoles de recursos que le resuelven cada situación que se le presenta, despertó al manifestarse la debilidad y fragilidad pastoral de nuestras comunidades para las nuevas realidades. El catequista se vio de pronto a solas ante un escenario que le exigía ser como nunca había sido y responder como nunca lo había hecho y, entonces, se permitió experimentar el acierto y, muchas veces el error, al tratar de implementar variantes catequísticas a las que nunca se hubiera permitido acceder de no ser por la pandemia. Salir de los recorridos habituales y animarse al riesgo de explorar otras maneras de transmitir el Evangelio y acompañar itinerarios creyentes es clave para estos tiempos. Apelar al recurso de la belleza, el arte en sus diversas manifestaciones, el contacto con la naturaleza, el diálogo con las ciencias, la acción solidaria, la lectura crítica de la realidad, etc…pueden ser caminos que nutran y enriquezcan los caminos del anuncio.
- Recrear el vínculo entre anuncio de la fe y la familia. En el contexto del aislamiento, se produjo el hecho de que el ambiente familiar se reposiciona como el referente principal de toda catequesis. La catequesis “volvió a la casa”, se volvió experiencia doméstica, como en la vivencia de las primeras comunidades cristianas. La experiencia de vivir, cultivar y desarrollar la fe puede ganar un tono más íntimo y cordial, si viene mediado por el testimonio y el compromiso de la comunidad familiar como nuevo protagonista. Momentos de oración en familia, actividades resueltas en común, celebraciones más íntimas y cercanas, pueden ser canales privilegiados a proponer y cultivar en este nuevo contexto, y que lleguen para quedarse. La oportunidad ha sido clara, el retorno a lo esencial, más allá de los grupos parroquiales y los padres de familia; la catequesis gestándose en el ámbito familiar como reflejo de la comunidad cristiana, familia de los discípulos de Jesús.
- Ser profetas de esperanza y de ternura desde el Evangelio, para la construcción de una humanidad nueva. El Papa Francisco nos ha hablado en reiteradas ocasiones de una necesaria “revolución de la ternura”. Ha hecho de esta idea un elemento central de la propuesta de su Pacto Educativo Global y también lo viene manifestando como una idea transversal de todo su Magisterio. La Iglesia necesita volverse “parábola de la ternura y la misericordia de Dios” para todos los seres humanos. El anuncio y la práctica de esa ternura, reflejo del amor “de las entrañas” con que nuestro Dios Unitrino nos ama, será el contenido fundamental a anunciar y profesar. Es desde la experiencia de esa ternura incondicional, que se hace viva a través de pequeños y grandes gestos concretos (de cercanía, empatía, escucha, interés, compromiso…) que sembraremos la esperanza que brota de la convicción de que la vida vale, tu vida vale, y que por eso nos podemos desplegar y ofrecer a los demás por la vivencia de un amor generoso y fecundo.