“la ética supone que aquel que está a cargo de la transmisión,
pueda asumir la herencia del que lo precedió” Hassoun
Se dice, que desde el año pasado nos estamos asomando al futuro de la educación. Sin embargo. la experiencia que estamos atravesando es inédita en términos del contexto y eso difícilmente vuelva a replicarse. Es cierto que muchas soluciones creativamente diseñadas para dar una respuesta adecuada ya están llamadas a quedarse, aunque cambien las condiciones en las que se enseña y se aprende.
Algo creo se puso en valor: la necesidad de vincularnos, no solamente en el ámbito escolar, en todos los órdenes de la vida social. Y en el ámbito educativo, la importancia de la presencia del que enseña, también porque la transmisión es posible cuando el vínculo es posible. Lo otro no es imposible, pero ¿debería llamarse educación?
Ahora se abre un desafío mayor, el de decidir qué escuela vamos a ser luego de la experiencia que tuvimos. La experiencia siempre nos modifica, enriquece las ideas. No admitir esta premisa nos supondría seres inmunes a los estímulos. La filosofía, al menos de Kant hasta acá, se ha encargado de explicar la dinámica mediante la cual, la razón y la experiencia interactúan para producir nuevos conocimientos.
Entonces, ¿Qué escuela queremos tener? Es la pregunta que nos toca develar y a la que deberemos avocarnos. Pero de algo hay que partir.
Es preciso partir de una premisa, la de que solo los necios son capaces de abandonar aquello que les ha resultado eficaz. Pero también es cierto que a veces se adoptan y mantienen prácticas de manera acrítica, solamente porque han resultado en el pasado o en algunos contextos, o porque vienen precedidas de discursos seductores o simplemente por motivaciones ideológicas o adscripciones dogmáticas.
Otra premisa irrenunciable: el compromiso con la calidad educativa y la convicción de que la mejor garantía de inclusión social es una educación integral.
Nuestras escuelas, además, han comprendido tempranamente que pastorear es cuidar. El pastor mira con celo a sus ovejas, las conoce a cada una y está especialmente atento a las más débiles. Por eso es que, educar en clave pastoral, implica ampliar la mirada para ver el paisaje completo, no perder de vista el contexto, y al mismo tiempo enfocarla en cada estudiante en particular. Este es el modo privilegiado de garantizar el derecho a la educación, que finalmente debe ser una tarea en orden a un equilibrio delicado y siempre provisorio entre la tarea académica y la de cuidar al otro.
Este es un debate que sigue abierto y muy vigente ya que descuidar uno u otro aspecto, y en especial el académico, podría ser uno de los factores que expliquen el preocupante deterioro de la educación argentina. Los resultados están a la vista. No es necesario incluir gráficos y estadísticas ya que en nuestro ámbito se sabe que, tanto a nivel de su evolución histórica como en el análisis comparado, el fracaso de ciertas ideas – (logías), transformadas en instituciones ha sido contundente. El fantasma de la exclusión, que desvela a quienes las impulsan, finalmente se manifiesta de manera inexorable: en el mundo del trabajo o en los estudios superiores, entre otros, pero claro, eso ya no se percibe como responsabilidad de la escuela, y menos aún, de la política.
Entonces cabe la pregunta: ¿Qué cosas deberían mantenerse? ¿Qué cosas llegaron para quedarse? Es una discusión que recién empieza y difícilmente tenga alguna vez punto final. Sin embargo, sobre algunas cuestiones hay al menos un provisorio consenso:
Que aprender no es sinónimo de memorizar (aunque en algunos casos es necesario)
Que los buenos aprendizajes son interdisciplinarios y que son relevantes los vinculados a la vida real.
Que la actitud del docente produce una cadena de contagios (en todos los sentidos)
Que no es justo reclamar al otro lo que uno no está dispuesto a dar.
Que como lo planteara, Fenstermacher, la relación entre la enseñanza y el aprendizaje es de orden ontológico. Esto, es así ya que la enseñanza no tendría razón de ser, si no tuviera como propósito provocar algún aprendizaje. Lo que no se debiera es suponer una relación de tipo causal o, en otras palabras, estar prevenidos de que la enseñanza no siempre genera aprendizaje.
Que la sociedad reclama cada vez personas con más capacidades. La escuela no puede ir en contra de esa realidad.
Que no todas las personas pueden lo mismo, por lo tanto, no se le puede pedir lo mismo o del mismo modo o en el mismo tiempo. La meta, sin embargo, es lograr que alcancen todo su potencial.
Que es deseable y hasta éticamente imperativo, promover crecientes niveles de autonomía en los estudiantes. Esto requiere generar al mismo tiempo el compromiso con el propio proceso de aprendizaje, de nuevo: enseñar con el propósito de que el estudiante aprenda que estudia para sí mismo, no para su profesor, que estudia para lograr más conocimiento y no solo mejores notas, que estudia para aprender no para aprobar.
Que debemos cuidarnos de la manipulación consciente o no. El padre de la sociología moderna, ya advirtió que las cátedras no son para profetas ni adoctrinadores. Promover el pensamiento crítico implica renunciar provisoriamente a nuestras creencias para abrir un espacio a la pluralidad de ideas y formulación del propio juicio y sus respectivos argumentos.
Que la transmisión sólo es posible cuando se ha establecido un vínculo. Pero ese vínculo debe ser pedagógico, esto es, debe haber un reconocimiento de otro como digno de aprender y en el otro sentido, debe hacer un reconocimiento de la dignidad del que enseña. En esta relación, la responsabilidad mayor es la del adulto, por el rol social que está llamado a desempeñar. Esto implica que ser reconocido será en todo caso, consecuencia de las acciones que el adulto despliegue como tal.
Que, sin dejar de estar atentos al cuidado y al reconocimiento del otro, hay que estar alertas para los estudiantes no se vuelvan “copos de nieve”, seres sin anticuerpos emocionales, producto de familias y escuelas demasiado dedicadas a correr todos los obstáculos de su camino. No es evitando las dificultades sino enfrentándolas, como el hombre a lo largo de su historia aprendió a sobreponerse, construyendo maneras diversas de enfrentar y resolver los problemas.
Y, finalmente, que es necesario que la docencia documente sus experiencias, no solo para construir futuros recuerdos (1), sino para dar cuenta de los modos en que los seres humanos cada tanto hacemos consciente nuestra ignorancia y esa operación nos empuja a crear soluciones, una y otra vez, y esto hace que la vida sea fascinante.
1Dice Hassoun que siempre ha existido la necesidad individual y colectiva de contar la propia historia. Y vaya si tenemos para contar sobre este tiempo.
Por: Carlos Viotti
Director del terciario del IRESM