Homilía en la fiesta de la Santísima Virgen (03. 10. 21)

Queridos hermanos:

Como todos los años, honramos a la Patrona de nuestra Arquidiócesis, la Santísima Virgen María en su título de Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba.

Este año, como el año pasado, lo hacemos condicionados por la situación creada por la pandemia del coronavirus y sus consecuencias.

En efecto, no hemos podido llevar a cabo la novena itinerante que en años anteriores realizábamos en comunidades de la ciudad y del interior y tampoco hemos podido realizar la tradicional procesión con la imagen de la Santísima Virgen.

Traemos hoy a los pies de nuestra Madre del Cielo nuestros dolores y sufrimientos, sobre todo los que provienen de la situación causada por la pandemia en curso.

En el día de ayer, hemos realizado un momento de oración en uno de los polos sanitarios de la ciudad, frente a los hospitales “Rawson”,  “de Niños” y “San Roque”, pidiendo por los enfermos y por todos los agentes sanitarios que se han entregado y se entregan con gran generosidad en la atención y cuidado de los afectados por el covid 19, y por distintas dolencias; y también frente al cementerio “San Jerónimo”, recordando a todos los que han fallecido últimamente, especialmente los que perdieron la vida víctimas de la pandemia.

Traemos asimismo nuestras preocupaciones e incertidumbres respecto del futuro; nuestras angustias y desencantos frente a las dificultades laborales y económicas; y, al mismo tiempo, traemos los atisbos de esperanza que quieren insinuarse y pujan por estar vigentes en nuestro corazón.

A María Santísima queremos pedirle su consuelo en el dolor; alivio en las preocupaciones que nos acucian y ayuda en todas nuestras necesidades.

Con filial confianza le decimos la oración que compusiera San Bernardo: “Acordaos, oh piadosa Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a ti, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por vos. Animado con esta confianza a vos también acudo Oh Virgen madre de las vírgenes y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana. No deseches, oh Madre de Dios, mis humildes súplicas, antes bien escúchalas y atiéndelas favorablemente. Amén”.

Esperamos confiados su maternal socorro que haga renacer la ansiada esperanza en nuestros corazones agobiados.

La Palabra de Dios que hemos escuchado nos invita a contemplar el gesto de la Virgen María al visitar a su prima Isabel. Es un gesto de cariño, de caridad hecha servicio que reconforta y ayuda a Isabel a transitar los momentos finales de su embarazo en edad ya avanzada. Al mismo tiempo, es la ocasión para que María quede confirmada en la singularidad de la gracia de la que es beneficiaria. ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? ¡Feliz de ti por haber creído lo que te fue dicho de parte del Señor!

El gesto de María Santísima puede inspirarnos y animarnos en estos tiempos de pandemia, y ojalá pronto de post-pandemia, y en el momento misionero de nuestro itinerario pastoral, para salir al encuentro de nuestros hermanos y visitarlos llevándoles el consuelo y la alegría de la buena noticia del amor misericordioso de Dios manifestado en Jesús, que se entregó por cada uno de nosotros, para reconciliarnos con Dios y constituirnos como su pueblo.

Animémonos a vivir este momento misional con sencillez, con convicción, con la certeza que el Espíritu Santo pondrá en nosotros las palabras oportunas que llevarán alivio, consuelo y que serán sanadoras para nuestros hermanos, a la vez que nos reconfortarán a nosotros mismos, haciendo la experiencia tantas veces certificadas por los misioneros en el sentido que recibimos mucho más de lo que damos.

La palabra del Papa Francisco en su exhortación “Evangelii gaudium” sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual,  es iluminadora. Dice el Santo Padre: “Si uno ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones” (EG, 120)

En esta tarde, le traemos también a María Santísima nuestro camino diocesano que venimos recorriendo desde la preparación y la realización del “Encuentro Eucarístico Nacional” en los años 1999 y 2000.

Un camino marcado por una búsqueda, un diseño y una concreción realizada en común. Hoy podríamos decir, un camino discernido y realizado “sinodalmente”.

En oportunidad del comienzo de mi ministerio en la Arquidiócesis, tuve ocasión de señalar que no traía un plan para la tarea pastoral, sino que a ese plan lo formularíamos en común, con el aporte de todos.

A partir de la conclusión del “Encuentro Eucarístico Nacional”, y hasta el comienzo de la pandemia en marzo de 2020, comenzamos a realizar asambleas que nos permitieron elaborar progresivamente dicho plan. Comenzamos formulando algunas “Líneas y criterios pastorales”, para luego abordar decididamente el diseño de un plan pastoral.

Empezamos por la identificación del “Rostro ideal” de nuestra Iglesia arquidiocesana, lo que el Señor Jesús nos invitaba a realizar y que representaba la meta hacia la cual queríamos dirigirnos. A continuación, abordamos la elaboración del “Diagnóstico pastoral”, que nos permitió saber desde dónde partíamos en nuestro caminar y, finalmente, el diseño de un “Itinerario pastoral” que orientara nuestra tarea. Un itinerario concretado en tres momentos: el “kerygmático”; el “comunitario” y el momento “misionero”, que es el que transitamos actualmente.

Al finalizar el momento “comunitario” tuvimos oportunidad de preparar y realizar el XI° Sínodo Arquidiocesano, que ha sido y es una gracia que de alguna manera nos preparó para afrontar algunos de los desafíos de la pandemia y que ahora nos prepara para participar en los eventos sinodales en la Iglesia que está en Latinoamérica y El Caribe, y en la Iglesia universal, siguiendo las orientaciones del Papa Francisco.

A pesar de las restricciones de la pandemia, la tarea pastoral ha continuado con otro ritmo y otras realizaciones, pero la vida y la actividad de las comunidades no se ha detenido ni paralizado, al contrario, ha sido la ocasión para la concreción de iniciativas misioneras y solidarias con gran creatividad e ingenio.

La finalización del primer plan corto del momento misionero, 2020-2022, coincide con la finalización de mi ministerio como pastor de esta Arquidiócesis. Con espíritu de fe y de obediencia eclesial debemos disponemos para recibir un nuevo pastor y, desde ya, oramos por él. Sin lugar a dudas, el nuevo Arzobispo aportará sus dones personales y pastorales, con la intención de llevar el mensaje evangélico a todos para que sea fuente de bendición, de vida digna y de auténtica alegría, como María en su Visitación. Dispongámonos desde ya a colaborar generosamente con esa tarea.

El mes próximo seremos nuevamente invitados a participar en las elecciones legislativas generales. Profundicemos el discernimiento realizado con ocasión de las “Paso” recientes y decidamos con entera libertad y convicción nuestro voto, no permitiendo ningún tipo de insinuación o influencia que afecten esa libertad y convicción.

Finalmente, renuevo mi agradecimiento a los obispos auxiliares y a los vicarios episcopales que a lo largo de estos casi veintitrés años me han acompañado en mi servicio como Arzobispo.

A los sucesivos consejos presbiterales y a todos los sacerdotes miembros del presbiterio de la Arquidiócesis; a la Junta Arquidiocesana de religiosos – filial Confar, y a todos los consagrados y consagradas, que han colaborado con mi ministerio. A los integrantes de los sucesivos consejos pastorales y de asuntos económicos de la Arquidiócesis, al Consejo de movimientos y asociaciones laicales y a todos los laicos que con generosidad han ofrecido y ofrecen su servicio para el anuncio y el testimonio del evangelio. Que el Señor les recompense con creces sus servicios y sus desvelos por el anuncio y el testimonio del evangelio.

Nos encomendamos especialmente a los santos cordobeses: San José Gabriel Brochero, las Beatas María del Tránsito Cabanillas y Catalina de María Rodríguez, el Beato Enrique Angelelli y sus compañeros mártires y el Beato Fray Mamerto Esquiú. Todos ellos veneraron la imagen histórica de Nuestra Señora del Rosario del Milagro de Córdoba que hoy nos acompaña. Junto con ellos la invocamos diciéndole confiada y cariñosamente: “Acordaos de nosotros, oh Virgen gloriosa y bendita”.

Que así sea.

+  Carlos  José  Ñáñez

Arzobispo de Córdoba

Texto en PDF Homilía en la fiesta de la Ssma Virgen 03 10 21

Fuente: Arquidiócesis de Córdoba