Eduardo Casas

En la escuela creyente tiene lugar el abordaje interdisciplinar de proyectos referidos a la Educación Sexual Integral (ESI), los cuales propician una importante síntesis entre fe, vida, ciencia y cultura, poniéndose en juego, de manera particular, los valores de la cosmovisión y de la antropología cristiana.

La sexualidad se configura, no sólo en el plano físico, sino también en la dimensión psicológica, social y espiritual. Es un componente fundamental de la identidad de la persona: su manera propia de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresar, de relacionarse, de convivir y de experimentar el amor humano.

Además, los escenarios de la sexualidad son múltiples y variados, resultado de una complejidad de factores personales, sociales, culturales, de idiosincrasia y de circunstancias de vida.

En este sentido, la posibilidad de desarrollar proyectos de ESI, más allá de la legislación correspondiente en cada jurisdicción, cobra una enorme relevancia la alianza co-educadora entre escuela y familia.

La ESI debe comprender la formación en los variados aspectos de la sexualidad humana, como un proyecto en el que confluyan los elementos que definen institucionalmente el perfil de la escuela y su concepción de la humanización y de la evangelización del currículo.

El área de ciencias naturales es un lugar privilegiado para realizar esta síntesis, ya que la ESI se relaciona con los contenidos propios del área, sobre todo aquellos que se conectan con los aspectos del crecimiento biológico y del desarrollo de la persona y sus vinculaciones.

Por su parte, sabemos que la sexualidad, dimensión constitutiva de la persona, es un don maravilloso y al mismo tiempo una tarea compleja y delicada que implica el ejercicio de la libertad responsable, propiciando la madurez y la capacidad de relacionarse con los demás. Es por eso que la vivencia de la sexualidad necesita criterios de discernimiento que puedan orientar elecciones y modos de comportamiento.

En la antropología cristiana ser persona significa que la vincularidad no es un añadido accidental, sino que el ser humano es constitutivamente desde, con y para los demás. Esto significa que sólo llega a la plenitud en la medida de la apertura a los semejantes. De allí que no puede haber verdadero encuentro humano cuando se produce una cosificación del otro, reduciéndolo a mero objeto; o cuando se prioriza el narcisismo del propio yo; o cuando se produce una manipulación proyectiva de las propias aspiraciones, expectativas, carencias y temores.

Por otro lado, la persona no es algo totalmente hecho y acabado, sino que se va haciendo desde múltiples construcciones histórico-relacionales y contextuales. Es un proyecto y promesa que se realiza en el tiempo, recorriendo etapas hacia la madurez, mediante un largo y complejo proceso de aprendizaje vital y aceptación.

La persona resulta así una unidad-totalidad integral de espíritu corporeizado y de cuerpo espiritualizado. Todo dualismo o reduccionismo a cualquiera de las dimensiones constitutivas de la persona (dimensión física, psíquica, espiritual, social y trascendente) es una grave parcialización que repercute en la sexualidad, realidad esencial y básica en la personalidad humana.

Vincular la vivencia de la sexualidad con el amor es lo más razonable y acorde con las características de la condición humana. Un comportamiento afectivo-sexual es moralmente bueno si personaliza al ser humano y a sus vínculos, contribuyendo al proceso de maduración que consiste fundamentalmente en el desarrollo de la capacidad de entrega, de amor y de oblación gratuita y desinteresada. Por el contrario, un comportamiento afectivo-sexual es considerado moralmente malo cuando encierra a la persona en su propio egoísmo e intereses. El verdadero camino de crecimiento consiste en la integración de la sexualidad en la dinámica del crecimiento personal y de la relación interpersonal.

Una educación íntegra, integral e integrada en todas sus dimensiones, es la mejor educación sexual. El mensaje cristiano sobre la sexualidad y la familia es profundamente positivo y kerigmático (cf. AL 59).[1] La pastoral familiar experimenta “que el Evangelio de la familia responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata de presentar solamente una normativa, sino de proponer valores” (AL 201)

Los padres tienen el derecho básico, primario, esencial e insustituible de la educación sexual de sus hijos. Derecho que no puede ser quitado por nadie: ni por el estado, ni por la escuela; y cuando otros agentes actúan en su nombre y con su consenso, en cierta medida, lo hacen por encargo suyo. La ESI es una mutua colaboración que expresa la corresponsabilidad del pacto educativo entre familia y escuela.

Para esto la formación de la ESI debe realizarse de modo inductivo, de tal manera que se pueda descubrir la importancia de determinados valores; sin imponerlos, generando la adquisición de criterios y de hábitos saludables y éticos; sensibilizando y despertando capacidades desde un proceso gradual en la consecución de cambios de comportamiento mediante la formación, el sentido crítico y las influencias positivas.

Es necesario descubrir que la revelación cristiana confirma e ilumina la experiencia antropológica que pone, en el amor, la esencia última y la aspiración más profunda del ser humano. La vivencia de la sexualidad es auténtica cuando expresa y desarrolla la capacidad humana de amar y ser amado; ayuda a la maduración de la persona en la realización de su proyecto vital y en el desarrollo de su capacidad de relación con los demás, para lograr, desde la apertura del “tú” personal, la construcción del “nosotros” familiar, comunitario y social.

[1] cf. Papa Francisco (2016). Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia.