FUENTE: LA VOZ DEL INTERIOR –
Dos adolescentes se paran frente al pizarrón en un aula y empiezan a pelear, se tiran fuerte del pelo, una le golpea la cabeza y la otra le responde, se arrastran por el piso a las patadas. Los compañeros filman y luego alguien lo sube a una cuenta pública de Instagram sobre peleas y escraches. Más de 300 le dan “me gusta” y algunos comentan o se ríen. En otra cuenta de IG, los chicos y chicas de un reconocido colegio de Córdoba se “confiesan” de manera anónima en un confesionario virtual y a la vista de todos. “Ella la hace fumar a la “x” (dice el nombre) su mj (mejor) amiga (…) Se re drogan (…) “Z” (otro nombre) bajá un tique (SIC) flaca y ponete bien el uniforme y se te ve medio culo q ni tenés”.
Los anteriores son apenas dos ejemplos de lo que ocurre en las redes sociales y también en grupos de Telegram: la exhibición de hechos de violencia explícita entre estudiantes, de acoso, de ciberbullying, de chismes y escraches. En IG los grupos de confesiones tienen distintos nombres “confes” más el nombre del colegio, “confess”, secretos o escraches y todas las variantes de esas palabras con errores de ortografía o de tipografía para desorientar.
En algunos casos, cuando las escuelas intervienen, las cuentas se cierran y abren otro nombre para evitar el rastreo. Lo cierto es que estos espacios se han multiplicado en los últimos meses.
El tema preocupa a escuelas, familias y especialistas que advierten una creciente dicultad para relacionarse de manera empática. Plantean que urge trabajar sobre ética digital e identidad digital en medio del vertiginoso mundo virtual y una brecha generacional profunda.
“Las redes nunca fomentan la empatía porque tapan la posibilidad de ver que del otro lado alguien está sufriendo. Cuando uno deshumaniza al que está del otro lado, le puede hacer cualquier cosa, no aparece la inhibición que genera el cara a cara”, apunta María Zysman, presidenta de la asociación Libres de Bullying.
La experta confirma que las páginas de “confesiones” han explotado este año. “Hay una necesidad de los chicos y chicas de decir lo que quieren cuando quieren y generar cierta adrenalina”, sostiene.
También hay grupos de niños y niñas de primaria. Allí se pueden expresar cosas de manera anónima, pero los “me gusta” no lo son, con lo cual es muy fácil identificar quienes están en las páginas y qué opiniones tienen respecto a los otros. Muchos intervienen con comentarios despectivos, mientras que otros se suman para saber si se habla de ellos.
La mamá de una adolescente contó que su hija de 13 años estaba más dolida con los likes que le habían dado sus amigas a una publicación en donde la escracharon, que a lo dicho en ese posteo sin norma.
En ocasiones -dice Zysman- cuando se logra una intervención ecaz por parte de los adultos, “el daño ya está hecho”. “Es una vía más para hacer sentir muy mal a alguien. Las redes tienen una impunidad enorme por el anonimato, por la desinhibición, por la accesibilidad”, apunta la especialista.
En este formato de confesionario cuando alguien es nombrado o agredido en el anonimato, todos los compañeros se vuelven sospechosos, sea verdad o mentira lo que se diga. En realidad, como dice Zysman, poco importa la veracidad de lo que se comenta.
La pregunta es qué hacer. “Depende que desde la casa, las escuelas y los medios podamos construir una ética digital que nos cuide a todos, principalmente a los chicos y chicas. Que sepan que hay muchas cosas que sí pueden hacer, que nadie se los prohíbe, pero que tienen que pensar si eso es bueno o malo para ellos y para el otro. Poder elegir hacer lo que hacen o no. O irse”, remarca la experta.
Para que se entienda mejor, Zysman utiliza la imagen de un campo minado: donde se pisa, explota; se siente inseguridad y no se puede caminar. Solo cesa cuando se deja de poner explosivos. “La única manera de desactivar esos grupos es yéndose, no comentando y no participando”, agrega.
IDENTIDAD DIGITAL
A la repetición de situaciones vinculadas al mal uso de la tecnología por parte de niños y adolescentes que generan nuevas formas de violencia, se suman otras derivadas de la utilización de herramientas de inteligencia articial (como la creación por parte de adolescentes de materiales sexuales utilizando imágenes de menores de edad), los sitios de pornografía, los grupos de Whatsapp con inuencers que promueven la delgadez extrema y generan trastornos alimentarios o las apuestas en línea cada vez más populares entre los chicos y chicas.
En general, dicen los especialistas, los adultos desconocen el comportamiento digital de sus hijos e ignoran todo lo nuevo que traen los avances vertiginosos de la tecnología.
En este sentido, se abre un abanico de incógnitas. Hay padres de niños de jardín de infantes que consultan a los psicopedagogos si está bien comprarles un celular; cuando van la primaria, dudan si sus hijos pueden tener redes sociales; y en la secundaria, se plantean si los dejan manejar cuentas digitales o hacer compras on line.
La sensación es que las infancias y adolescencias han ingresado de lleno a un mundo con reglas de adultos pero sin cuidado ni supervisión. Laura Castillo, directora de la consultora Educativa Global, plantea que la pregunta de fondo es “cómo se construye hoy la identidad digital”.
La psicopedagoga Mariana Savid, integrante de la asociación civil “Si nos reímos, nos reímos todxs”, graca que los chicos son como el capitán de un barco, donde Internet es el océano. “Para navegar necesitas una torre de control y un faro que te guíe para no naufragar. Eso es lo que está faltando”, asegura. Y asegura que estamos frente a la mayor brecha generacional en la historia de la humanidad.
EL ROL DE LA ESCUELA
María Zysman cree que las escuelas ya no niegan que tienen que hacer algo. “Es corresponsabilidad familia-escuela. Muchas veces estas situaciones se gestan afuera pero se conocen en la escuela. Aunque no quieran, tienen que actuar”, dice. Esto implica, sostiene, realizar prevención y abrir espacios para hablar de redes sociales y “de cuánto me importa el otro, cuánto puedo ayudarlo a ser feliz o arruinarle la vida”.
“La construcción de una ética digital -que nos cuida a todos, a chicos, docentes y familia- tiene que abordarse en los espacios de convivencia de las escuelas. Si no lo abordan se les va de las manos la convivencia entre los chicos”, insiste.
Pese a la necesidad, docentes consultados observan cierta inacción en la prevención o la intervención sólo cuando estalla un problema. También hay temores dentro de los equipos de gestión por eventuales demandas judiciales de las familias por hechos que ocurren dentro de las escuelas.
“Creo que vamos aprendiendo sobre la marcha a afrontar estos nuevos desafíos que nos trae la docencia, porque la escuela cada vez más cumple con la función social de atender emergentes que no se escuchan o no se atienden en otros espacios y que de ser un llamado discreto de atención muchas veces pasan a ser un pedido de auxilio a gritos”, dice M., profesora de Psicología en escuelas secundarias estatales.
La docente -que pidió reserva de identidad al igual que todos los educadores consultados por este diario- remarca que cada vez más se advierten indicadores de angustia en adolescentes. “Los chicos aprovechan todos los espacios para mostrar señales. Sin embargo, la escuela no está preparada para asumir este rol que implica alojar y atender estas demandas. No hay personal idóneo, ni gabinete psicopedagógico en todas las escuelas, ni siquiera hay espacios físicos o simbólicos para trabajar estos emergentes”, subraya. Agrega que la única herramienta a utilizar “es la buena voluntad del docente, de los preceptores e incluso el personal de limpieza se ve implicado en estas demandas”.
R. es profesora de catequesis en un colegio católico. Dice sentirse frustrada al ver cómo crece “a pasos agigantados” la violencia entre los chicos y la pobre respuesta por parte de los directivos para abordar el problema. “Se queda en la sanción o en una charla liviana, sin pensar en qué genera violencia, cómo ayudamos, qué podemos hacer”, dice. “Son niños muy pequeños que están en cosas de grandes que los van a lastimar seguro y que van a lastimar a otros”, piensa.
La maestra cree que las escuelas no están pudiendo hacer nada. “Solamente ponemos parches decientes. Los directivos están lentos, distraídos, están mirando para otro lado. Es un problema que empieza en la casa y dejamos entonces que la casa lo solucione. Y no es así, somos un equipo”, reexiona.
La Voz intentó hablar con varios directivos, pero no aceptaron la invitación aún resguardando su identidad. Fuentes del Ministerio de Educación informaron que los equipos técnicos de Convivencia Escolar intervienen cuando las escuelas lo solicitan y también lo hacen de ocio e indicaron que se realizan capacitaciones sobre grooming y el buen uso de redes sociales con directivos y supervisores.
S., profesora en dos colegios privados y parte del equipo de orientación en uno de ellos, asegura que, en general, se sabe poco de la identidad digital. Las familias, cree, desconocen el tema. “Es imprescindible que se realicen talleres, que los docentes tengan conocimiento de cómo actuar ante una situación de violencia digital, que las familias sepan cómo acompañar a los niños, niñas y adolescentes que están atravesando una situación de estas”, apunta.
Considera que el tema debe ser incluido en la currícula escolar.
QUÉ SABEN LAS FAMILIAS
P. es maestra de quinto grado en una escuela privada de la ciudad de Córdoba. Cuenta que todos sus alumnos tienen celular y acceso a Whatsapp. Dice que, en este caso, la institución ofrece espacios con profesionales para hablar con los padres sobre los límites y sobre el uso indebido de los dispositivos. “La realidad es que son pocas las familias que participan de estas instancias, pero los padres son los primeros que vienen a reclamar al colegio cuando aparece un mensaje que denigra a algún compañero. Estas cuestiones nos preocupan cada vez más”, asegura.
La maestra observa que las familias, de manera frecuente, se hacen cargo sólo cuando alguna situación afecta de algún modo a su hijo y que cuestionan el accionar de los docentes en el tratamiento de estos temas. “Cuando se hace una propuesta desde el colegio para que los chicos reflexionen sobre determinadas cosas que pasaron, muchas familias dicen: ‘mi hijo no participó de esto, no tiene por qué reflexionar’. Eso es cada vez más común. Nos preocupa porque somos una comunidad y vemos que cada uno tira para su lado”, dice.
A., profesor en un colegio privado, considera que es necesario que los adultos conozcan el actual escenario. “Nuestros adolescentes acceden a apuestas on line, tienen sus propios recursos para tener dinero. Conozco adolescentes que se han hecho el escaneo del iris y con eso han obtenido fondos que les permite luego jugar a las apuestas. Compran monedas virtuales. Tengo contacto con chicos entre los 16 y 18 que manejan toda esta operatoria, te hablan del mercado, de la Bolsa”, dice. “Los papás creen que sus hijos los tienen bajo control y nada que ver, están manejando información de manera específica más que ellos mismos y, por ende, los han perdido”.
FALTAN ESPACIOS DE DIÁLOGO
Mariana Savid sostiene que la falta de diálogo está teniendo un efecto devastador en el desarrollo integral de los chicos. Dice que “el silencio mata” y que muchas veces las familias y las escuelas suelen mirar para otro lado porque no conocen, les falta herramientas o formación. “Hay comodidad también. A las charlas en las escuelas asisten pocos padres”, asegura.
La psicopedagoga insiste en la necesidad urgente de instalar en la agenda la ciudadanía digital, de abrir espacios de formación para los padres y docentes y de que el tema ingrese de manera formal a los planes de estudio de las escuelas.
Carolina Parma, presidenta de la Junta de Educación Católica, advierte que la violencia en las redes sociales se observa desde hace tiempo y no sólo en perles de los chicos sino de los adultos. “Se utiliza un medio masivo para dar datos personales, hablar de personas, instituciones o referentes. En la masividad a veces se cree que se está el anonimato, pero cuando se torna grave, si hubiera que investigar, siempre se puede identicar quién es el que habla”, dice.
La Junta asesora a los representantes legales y directivos de colegios católicos, comparte criterios entre los departamentos de orientación escolar y trabaja con otros organismos e instituciones del Estado. Actualmente impulsa un ciclo de formación sobre estos temas.
Laura Castillo, de Educativa Global, remarca que cada vez hay más desafíos en las escuelas. Enumera: captar la atención en una clase en el encuentro cara a cara, el cuidado de la identidad digital en relación a las huellas que se dejan en Internet, y la incorporación de los dispositivos para el aprendizaje escolar. El reto, dice, es pensar nuevas dinámicas y estrategias para que los chicos y chicas pasen de ser meros consumidores y espectadores a “constructores incipientes” de su crecimiento al elegir, analizar, seleccionar y proponer contenidos, experiencias y saberes signicativos.