Alegría en el Cielo y en la tierra por la beatificación de Fray Mamerto Esquiú

La localidad de San José de Piedra Blanca, en la Provincia de Catamarca, República Argentina, se vistió de fiesta para celebrar la elevación a la gloria de los altares del nuevo beato, en una emotiva ceremonia que fue presidida por el Delegado del Papa, el cardenal Luis Héctor Villalba.

Todo un pueblo se alza pidiendo tu intercesión: es el clamor que subió a los cielos desde Catamarca, en la República Argentina, pero en nombre de los fieles de todo el país, pidiendo al nuevo Beato Mamerto Esquiú, que por su intercesión se superen todos los obstáculos que afectan la nación argentina. En el sábado 4 de setiembre el cardenal Luis Héctor Villalba, delegado del Papa, presidió la Santa Misa con el Rito de Beatificación en la localidad de San José de Piedra Blanca. Obispos de todo el país acudieron a concelebrar y celebrar al nuevo Beato que fue elevado al honor de los altares en una ceremonia llena de fe, esperanza y alegría. Precedió la celebración la llegada al altar de la Virgen del Valle, Patrona de Catamarca.

Monseñor Luis Urbanc, pastor de la diócesis, realizó la petición de la inscripción del beato, el vice-postulador de la causa, Fray Marcelo Méndez, presentó la biografía del nuevo beato y S.E. el cardenal Luis Héctor Villalba procedió a la lectura de la Carta Apostólica con la cual el Santo Padre Francisco inscribió en el libro de los beatos al hasta hoy venerable Siervo de Dios Fray Mamerto Esquiú. Tras el Rito, el descubrimiento de la imagen del nuevo beato y la procesión de las reliquias al altar, en medio de cantos colmos de alegría y devoción.
En la homilía de la Santa Misa, acompañada con los cantos entonados por el coro Cantus Nova y el Coro de la Catedral Basílica y Santuario del Santísimo Sacramento y de Nuestra Señora del Valle, el Cardenal Luis H. Villalba, arzobispo Emérito de Tucumán, saludó a todos con afecto, en particular Mons. Luis Urbanc, Pastor de la Diócesis de Catamarca, a Mons. Carlos Ñañez, Arzobispo de Córdoba, donde fuera también Obispo Fray Mamerto Esquiú, al Nuncio Apostólico Mons. Miroslaw Adamczyk, al Episcopado, así como al Padre Provincial de la Orden Franciscana de Hermanos Menores. Un saludo afectuoso que extendió a los sacerdotes, diáconos, seminaristas, consagrados, consagradas, a las autoridades presentes y a todo el Pueblo de Dios.

Doy gracias al Señor, – dijo el purpurado – porque en nombre del Santo Padre Francisco, cuyo saludo afectuoso y cuya bendición les traigo, tengo la alegría de presidir esta celebración eucarística y proclamar beato a Mamerto Esquiú.

Alegría en el Cielo y en la tierra 

“¡Alegrémonos en el Señor! Hoy es un día de fiesta. Hoy es un día de gozo. Grande es la alegría en el Cielo y en la tierra por la beatificación de Mamerto Esquiú”, comenzó diciendo, adentrándose en la homilía tratando de abarcar a toda la Iglesia que en Argentina da gracias a Dios por el nuevo beato.  “El gozo – aseguró el cardenal – proviene del hecho de que un miembro de la Iglesia, un hombre de nuestra patria, un hermano nuestro, es reconocido beato, honrado e invocado como tal”.

Beato quiere decir “ciudadano del cielo”

Mamerto Esquiú como religioso, como sacerdote, como obispo “es un modelo a imitar”, afirmó, es “un intercesor en favor nuestro”. “La Iglesia nos dice, al beatificarlo, que lo podemos invocar y a él podemos orar, pues ya participa de la felicidad eterna”.

El Señor nos invita a elevar nuestra mirada hacia lo alto

La beatificación de Mamerto Esquiú es una invitación a todos a caminar “en la huella abierta por Jesucristo”, es decir, “una invitación para caminar hacia la santidad”, pues, “una beatificación nos recuerda a nosotros, que somos la Iglesia peregrinante y militante, a la Iglesia bienaventurada y triunfante, el epílogo glorioso de la vida cristiana, la certeza de nuestra inmortalidad y de nuestro destino al Paraíso”.

El Señor nos invita a elevar nuestra mirada hacia lo alto y nos dice: “Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación” (Lc. 21, 28).

Fray Mamerto Esquiú buscó ser santo

Los santos, los beatos son nuestros maestros, nuestros modelos, nuestros amigos, nuestros protectores” hizo presente el Legado pontificio, quien, tras recorrer la vida de Fray Mamerto Esquiú, se refirió a algunos rasgos del sacerdote y pastor que “buscó ser santo”:

Buscó, sobre todo, hacer la voluntad de Dios. Lo que importa, decía, es hacer a todo trance la voluntad de Dios. Construyó su vida de santidad sobre Jesucristo. Su meta era conocer y amar a Jesús para grabar su imagen en su alma.

Iluminó el orden temporal con la luz del Evangelio

Mamerto Esquiú también fue un sacerdote de profunda oración, que tenía un gran amor a la Santísima Virgen María y a San José, añadió el cardenal. “Fue un Obispo misionero que se dedicó a visitar todas las comunidades de su extensa diócesis”, y también “fue un Obispo Pastor, que se destacaba por su humildad, por su pobreza y por la austeridad de su vida”. Esquiú “fue un pastor que se entregó a los pobres al estilo de San Francisco. Era infatigable en la asistencia a los enfermos y en la administración de los sacramentos”.

El beato Mamerto Esquiú es reconocido como una de las grandes figuras de nuestro país por su patriotismo ejemplar. Iluminó el orden temporal con la luz del Evangelio, defendiendo y promoviendo la dignidad humana, la paz y la justicia.

Dios es santo y quiere que su pueblo sea santo

“El cristiano está llamado a ser en la tierra la imagen viviente de la santidad divina” recordó también el prelado, afirmando que “no hay más que una vocación definitiva”, es decir, “la de ser santos”.

La santidad no es una excepción en la vida cristiana, es un llamado para cada uno de nosotros.

“¿Cómo puede ser santo el hombre?”, fue la pregunta que planteó luego, a lo que respondió:

Dios santifica al hombre, comunicándole su vida divina. Dios lo hace participar de su santidad, de su vida. El hombre se torna santo por su comunión de vida con Dios. La santidad es un don, un regalo. La santidad se nos confiere por el bautismo y los otros sacramentos por los cuales se nos infunde la gracia, que nos hace santos, hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina. 

La santidad no es pasiva 

Pero la santidad – precisó inmediatamente después– no es sólo don, sino también un deber:

Suponiendo el regalo divino de la gracia, que nos hace santos, la santidad se convierte en obligación. Los cristianos, enseña, el Concilio Vaticano II: “deben con la ayuda divina conservar esa santidad que recibieron y perfeccionarla en su vida” (LG 40).

Por ese motivo “la santidad no es pasiva” y “no nos exonera de un esfuerzo moral continuo”:

Jesús nos dice: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga” (Lc. 9, 23).  Para ganar la vida hay que perderla, para obtener el Reino hay que venderlo todo, para ser fecundo hay que enterrarse, para entrar en la gloria hay que participar de la cruz. La gracia es un don, es un regalo gratuito que Dios nos da, pero siempre implica una participación del hombre: saber que todo viene de Dios no me lleva a dejarme estar. Por eso agradezco, pido y alabo a Dios. Pero por eso, también, colaboro, trabajo, me hago cargo de mis actos. Así la santidad a la que estamos llamados resulta de dos factores. El primero y esencial es la gracia. Dios es quien la ofrece. Dios es quien nos la da en Jesucristo.

El pecado nos debería disgustar como una mancha en un vestido blanco

“Estar en gracia de Dios – puntualizó el también emérito de Tucumán – lo es todo para nosotros. Tenemos que tener siempre una gran preocupación por vivir en gracia de Dios. Nos debería disgustar como una mancha en un vestido blanco, por muy pequeña que sea. Tenemos que tener una profunda estima por la gracia de Dios y un gran deseo de vivir en gracia de Dios. La gracia es de por sí exigente y no deberíamos tolerar ni el más mínimo pecado” (…).

Realizar la santidad es vivir en la sencillez de lo cotidiano la fe, la esperanza y la caridad.           

Al finalizar su homilía invitó a los fieles a meditar sobre la vida del fraile catamarqueño y a seguir su ejemplo y oró para que la Virgen María, Reina de los Santos, suscite en el pueblo cristiano, hombres y mujeres santos. “Que el beato Esquiú nos alcance esta gracia”.

Por intercesión del Beato se superen los obstáculos del País

Monseñor Luis Urbanc, obispo de Catamarca, dirigió su saludo colmó de gratitud a todos y, en modo particular, a la Familia Pacheco Paz que recibió el favor de Dios curando a su pequeña Ema por intercesión del querido beato. A todos los que participan en esta fiesta de genuina fe de forma virtual o presencial les dijo:

Es sabido que lo central es el don que estamos recibiendo en estos momentos históricos de nuestra Patria e Iglesia que peregrina en Argentina, y nada ni nadie puede venir a opacar este regalo celestial: ¡Fray Mamerto de la Ascensión Esquiú es Beato! Ruego e invito a todos a rogar a Dios por intercesión de nuestro comprovinciano, que nuestra Patria supere con caridad cristiana todos los obstáculos que la siguen sumiendo en esclavitudes, arbitrariedades, enfrentamientos, injusticias y mezquindades que no permiten avistar un futuro de paz, progreso, inclusión, trabajo, respeto, unidad y amistad, como soñaba el beato Mamerto Esquiú. 

El pastor de la Diócesis de Catamarca animó a los fieles a seguir suplicando gracias a Dios por intercesión del beato Mamerto, a fin de que pronto pueda ser glorificado en la preciada nómina de los Santos, “nuestros amigos, que ya contemplan y gozan de la visión de Dios, nos nutren con su ejemplo y nos atraen hacia la definitiva patria celestial a la que todos debemos llegar con el favor de Dios con nuestro permanente empeño personal y comunitario”.

“¡A rezar, a pedir en medio de nuestras dificultades, para que una vez más y muchas veces más, nuestro querido Padre del Cielo escuche las súplicas de nuestro querido beato, que él nos ayude a ser una Iglesia sinodal y servidora a ejemplo de los primeros cristianos con María y los Apóstoles!”

Fuente: Vatican News