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Cerrar un ciclo que abrió de una forma inesperada: memoria agradecida

Por: Lic. Carolina Parma

El ciclo 2020 quedará en la memoria de las sociedades en el general y de la educativa en particular, señalada como un hito de  nuestro tiempo.

Fue un ciclo que se caracterizó por la incertidumbre, la preocupación, el miedo y la distancia. Sin embargo, la educación tiene mucho para capitalizar.

Un día se cerraron las aulas y debimos asegurar (aún en medio de la duda) que la educación seguiría … y así fue.

Los docentes abrieron sus casas, aprendieron o consolidaron lo que sabían poniendo aulas en sus paredes de hogar, enviaron mensajes con arco iris para que los niños supieran que “TODO ESTARÁ BIEN”, vimos sus hijos cruzarse en pantalla, conocimos sus paredes cotidianas y DIERON CLASES. Tomaron sus planificaciones y reacomodaron sin seguridad de hasta cuándo sus unidades, mutaron sus registros a planillas con otros indicadores y sus salidas o trabajos de laboratorio se tornaron experiencias virtuales. Sus reuniones de padres eran sesiones emotivas y hasta hicieron actos y mateadas on line… LO DIERON TODO… pero extrañaron el bullicio, las miradas, caminar la sala, el grado, el curso o cuidar los patios.

Los preceptores, coordinadores de curso o directores, administradores, secretarios, se echaron a andar en sistemas o llamados telefónicos animando a no descuidar la asistencia en la nube. Pero extrañaron pasar por los pasillos recordando la puntualidad, el uniforme, la justificación de sus padres o tutores, recibir  para entregar eso que los estudiantes olvidan en sus casas y algún familiar comedido deja para que no les falte en la hora necesaria.

Los departamentos de orientación: investigaron, produjeron en conjunto dentro de la Arquidiócesis, entablaron vínculos con colegas de otras latitudes para pensar los efectos (que todos desconocemos) que traerá esta pandemia. Trabajaron con familias, equipos de inclusión …

Los equipos de maestranza se animaron con la esperanza de un regreso a corto plazo y se capacitaron on line, trabajaron, preguntaron y animaron a las instituciones que sería posible la vuelta, planificaron compras con las autoridades y hasta ensayaron tiempos de limpieza… pero no lograron volver a ver a las familias que tanto quieren y que tanto los aprecian cuando pasan confiados sabiendo que ellos cuidan la escuela en la que dejan a sus hijos… y extrañaron esas miradas.

Las familias confirmaron su pacto con la escuela y ratificaron la enorme complejidad que es el desarrollo de un tema, lo que cuesta a veces la atención de un niño o joven para terminar un ejercicio.   Se brindaron con generosidad infinita (y con paciencia eterna) para orientar la escuela que ingresó a sus hogares con rutina de video llamada. Padres, tíos, amigos, abuelos volvieron a investigar ciclo del carbono, fórmulas, manualidades del jardín y hasta pudieron colaborar aún más de lo que siempre lo hacen con recomendaciones de estrategias que a ellos les dio resultado.

Los representantes legales y los sacerdotes o hermanas que acompañan en algún colegio parroquial, diocesano o congregacional se animaron valiente y creativamente a sostener los servicios educativos, a reunirse on line para estar juntos en la contingencia y darse a la comunión para que ninguna escuela colapsara. Asistieron a conversatorios online, hicieron compras comunitarias, aprendieron de políticas sanitarias, preguntaron y se preocuparon por “su gente”, se encontraron en las zonas pastorales de modo virtual para tratar de pensar juntos ¿Qué nos pide Dios en esta circunstancia?

Los obispos de nuestra Diócesis estuvieron siempre cerca para escuchar, dialogar, analizar, cuidar y aconsejar en este proceso tan inédito.

Cada miembro de la JAEC también quiso brindar su tiempo, sin importar la fecha o el horario ya sea para organizar un evento on line o para averiguar un trámite o saludar a una comunidad. La misión era lo importante. Y la entrega la condición

Estuvimos todos poniendo de pie la esperanza y la FE   que nos anima como cristianos y que es la base central de toda pedagogía que recibimos DEL SEÑOR COMO EL MEJOR MAESTRO y de la VIRGEN como la MADRE que en el pesebre o en los pies de la cruz, no se aparta de los HIJOS

Y nada fue fácil:  perdimos a seres queridos, pero nos abrazamos en la distancia o en interminables video llamadas para hacer compañía.

Y habrá desafíos que todavía quedan por resolver.

Y nada fue lo que pensamos, porque decretado el aislamiento nos hemos encontrado inaugurando nuevas cercanías.

Y de todo aprendimos: algunas escuelas prestaron insumos a las familias, hicieron bolsones de alimentos para no abandonar a quienes no podían el día a día.

La educación no fue declarada esencial, pero es IMPRESCINDIBLE E IRRENUNCIABLE.

La educación es un proceso humano y humanizante, trascendente, una bendición como misión compartida que podrá sólo a veces ser mediada por tecnologías (que no todos tienen a su alcance) pero que jamás puede reemplazar integralmente el encuentro con el otro en sus miradas, en sus silencios, en sus risas y llantos presenciales.

Otros hábitos nos esperan y habiendo extrañado tanto lo interpersonal la responsabilidad de conjunto será siempre vital para fundar y educar en rutinas nuevas que nos permitan habitar otra vez los espacios en comunidad. Y así lo haremos. Y lo haremos bien porque lo haremos juntos, cuidándonos. Los principios básicos de la educación católica se asientan en el CUIDADO DE LA VIDA, para la plenitud de toda persona humana con especial opción por los pobres y los necesitados (en toda necesidad sea ésta material o espiritual.  Es una opción amorosa que nos permite consolidar el derecho a pensar, a creer, pero sobre todo a existir para ser.

Vaya nuestro reconocimiento y agradecimiento a cada uno, a las Instituciones asociadas locales y nacionales que en este año han caminado valientemente con sandalias nuevas este sendero pedregoso e incierto… donde ÉL nos habrá cargado en sus brazos cuando decaían nuestras fuerzas.

Que sea un tiempo familiar de merecido descanso y paz.

¡Felices fiestas!

Con el cariño de siempre, Lic. Ana Carolina Parma

Presidente JAEC