Eduardo Casas
En nuestro ejercicio de la lectura de la fe de la realidad que nos toca vivir, al ir haciendo un repaso de todo lo vivido en este año tan particular, la esencia del tiempo litúrgico del Adviento -como una visita de Dios para cada circunstancia del tiempo humano- nos puede hacer pensar sobre todo lo que hemos transitado y aprendido.
El tiempo del Adviento al asociarse con la última venida del Señor se lo une muy estrechamente con el Juicio final y las escenas apocalípticas. Nada más lejano al mensaje del Evangelio y a la revelación que supera todo temor del “Dios Amor” (1 Jn 4,8.16). No existe caos en la historia que Dios no pueda revertir. “Todo sucede para el bien de aquellos a los que Dios ama” (Rm 8,28) dice el Apóstol San Pablo. El mensaje del Evangelio es siempre de esperanza. No desde una esperanza ingenua que desconoce el mal sino desde una esperanza lúcida. Jesús no habla del fin del mundo sino del comienzo de un nuevo orden en el mundo, en el que nosotros somos protagonistas. No es el fin del mundo sino, en todo caso, el fin de un mundo, de un modo y un estilo de ser del ser humano, una conciencia ética que construye la historia con lucidez y compromiso. A menudo pensar en el fin del mundo puede ser una evasión. Más que evadirse hay que sumergirse en la realidad. Es preciso construir éticamente un nuevo orden social, un nuevo vínculo entre las personas y un nuevo estilo de relación con la naturaleza. Debemos revisar las causas que nos condicionan para comprometernos en nuevas construcciones sociales y ver cuáles son las evasiones personales o sociales que existen en nuestra cultura actual y que nos adormecen la sensibilidad y la conciencia para ser protagonistas responsables de la vida y del mundo que nos tocan.
En el tiempo del Adviento la figura de María tiene una relevancia especial. Ella inaugura la definitiva visita de Dios a su pueblo, llevando en sus entrañas al Mesías. El misterio de la visitación de María a su prima Isabel, nos habla de la visitación del Dios de la Alianza y de la visitación de Jesús, aun cuando todavía no había nacido (cf. Lc 2, 39-45)
El embarazo de María fue el primer Adviento de la historia. En ella, toda grávida del Espíritu, la Palabra tomada nuestra carne y las promesas de Dios se hacían realidad.
Para finalizar, comparto un poema sobre la visitación de María (cf. Lc 1, 39-45) como una metáfora de la visita de Dios a su Pueblo:
Señora de las visitas de Dios
Tu viaje es nuestro camino.
Tu visitación, nuestro Adviento.
En tus huellas
transita el que peregrina la historia.
Llevas al que está viniendo.
Traes al que te ha encontrado.
Eres camino del Camino.
Tienda del Dios que llega y acampa.
En tu embarazo, promesa colmada,
la Palabra asume forma en tu carne.
Su horizonte es tu silueta.
Madre, visítanos,
ahora y en toda hora.
Amén.