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Cómo seguir educando en forma personalizada durante la pandemia: cinco funciones clave

Paola Delbosco

La continuidad pedagógica es una preocupación constante en educadores y directivos en este período de distanciamiento social obligatorio. Al prolongarse la cuarentena, fue necesaria una continua adaptación de unos y otros a los medios técnicos para establecer un mayor contacto y una interacción más intensa, que optimizara en tiempo de los meets, zooms, etc. Lejos de pretender cientificidad para lo que sigue, propongo una ayuda práctica para ese fin en cinco funciones clave de la acción educativa. Éstas son fruto de muchos años de enseñanza, en muy variados ámbitos y circunstancias. No pretendo que estas cinco funciones sean las únicas, ni las más importantes, pero las propongo como una ayuda para personalizar nuestra labor. Estas funciones son:

  • protección
  • atención
  • reconocimiento
  • corrección
  • estímulo.

El gran desafío es cómo pueden explicitar estas funciones en un medio tan distinto al aula, y en eso consiste nuestra capacidad de adaptación. En la medida en que realizamos algunas de estas funciones, se produce -en forma cada vez más concreta- un verdadero encuentro educativo.

  • Protección

Todas las personas compartimos una extrema vulnerabilidad al comienzo de nuestra vida, que puede desplegarse solo si somos objeto de cuidados y de protección. Proteger quiere decir, literalmente, poner techo a algo, simbolizando así la función del que impide que lo demasiado frío, arduo, pesado u hostil pueda hacerle daño a alguien, antes de que éste último tenga todas las energías y los medios para repeler lo que lo amenaza, y poder así seguir viviendo y creciendo.

La protección de una persona hacia otra tiene una particularidad: debe ser ofrecida cuando es necesaria, pero también debe ser retirada a tiempo para permitir el pleno protagonismo de la otra persona. Una hiper protección lanza un continuo mensaje: “Vos no podés.” Claramente no es un mensaje estimulante.

En el aula muchas veces se hace necesaria una intervención protectora cuando se percibe que hay un desequilibrio de fuerzas entre alumnos. Muchas veces sucede que algunos tienden a avasallar a sus compañeros o compañeras, seguramente no por maldad, sino por una tendencia instintiva a aprovechar ventajas de personalidad o de situación. Se me ocurre que puede pasar con alumnos del lugar frente a los nuevos -porque muchas veces fui yo ´la nueva´, a la que se les bajan los humos preventivamente-; a los más frágiles, que buscan la ayuda de los docentes; a los que tienen facilidad a tener ‘acólitos’ obedientes, en su estrategia de poder. Hoy el avasallamiento puede realizarse no solo en el aula, sino también, y ahora sobre todo, en las redes sociales, donde se publican sin el consentimiento del interesado fotos ridículas, sacadas en momentos de debilidad, frases que descalifican, repetidas en cadena, rechazos organizados que excluyen a la víctima del grupo, etc. Lamentablemente no hay límite a la creatividad en lo que suele hoy llamarse cyberbulliyng. Los efectos pueden ser tremendamente destructivos en las personalidades en formación, y por eso debemos estar atentos a eventuales efectos negativos visibles, para intervenir oportunamente.

No quiero estigmatizar a ninguna personalidad en particular, porque están en plena formación, y muchas veces no miden los eventuales efectos negativos que su modo de obrar produce en otros, pero sí me parece necesario subrayar que, sin la intervención de un adulto, cuando se notan conductas que implican injustos sometimientos, no les resulta fácil a los chicos resolver las situaciones. Para saber cuándo y cómo intervenir, será preciso estar sumamente atentos a los gestos, miradas, estado de ánimo de cada una de las personas que tenemos enfrente.

  • Atención

Estar atentos a los que tenemos frente a nosotros no solamente es una condición necesaria para educar, sino que se puede decir que es la única condición apropiada para que se produzca un encuentro entre personas. Claramente no hay educación sin encuentro. Estar atento quiere decir ver a la otra persona, conocer la expresión de su cara, los cambios de humor, la mirada que se ilumina cuando entiende algo nuevo, o se oscurece frente a un tema difícil.

Resumiría esta función con la idea de que cada alumno o alumna tiene el derecho de existir frente a nosotros, tiene derecho a que nuestra mirada se pose sobre su persona, de un modo cuidadoso, porque solo se crece bien si es bajo una mirada amorosa. Basta pensar a cuántas veces los chicos apelan a esa mirada cuando aprender algo nuevo: “Mirá qué hago! Mirá cómo me zambullo! Mirá cómo salto! “

Sin la atención del que nos cuida esos progresos nos parecen inútiles, como si necesitáramos testigos de los esfuerzos y de los logros.

En el aula es difícil poner en práctica esta forma de atención personalizada, por el número total de alumnos, por la falta de tiempo y el exceso de tareas, y sin embargo me atrevo a decir que no se puede renunciar a estar atentos. Para eso hay que pensar estrategias: saludar personalmente a algunos por vez, cuando llegamos; o quedarnos con otros en pequeños grupos o a solas en los recreos, por tiempos breves, hasta que ellos mismos buscarán esa cercanía.

En estos tiempos de meet y zoom estoy intentando una alternativa posible, que es invitar a algunos alumnos y alumnas, dos o tres, a que se queden conectados después de hora. Lo primero que se aprecia es que se agranda el rectángulito de cada uno mientras los demás van dejando el zoom. Y finalmente aparecen las caras, las sonrisas expectantes, las miradas curiosas, ellos y ellas frente a nosotros. Una nueva conexión, esta vez de persona a persona, reemplaza el precario contacto bidimensional al que -por buenas razones-  nos cuesta acostumbrarnos. La convicción de la importancia de estar atentos a nuestros alumnos, a las personas en general, nos inspirará los modos posibles, según las circunstancias. Nuestra intención de ser verdaderos testigos de su crecimiento se hace perceptible más allá de las limitaciones.

  • Reconocimiento

Analicemos ahora esta función, que es en cierto modo mi preferida. Debo la identificación de esta función en la educación directamente a Nel Noddings, una experta educadora norteamericana, que se dedica a investigar y difundir la educación moral fundada en la ética del cuidado. A su vez, Noddings deriva el concepto del reconocimiento del filósofo austríaco Martin Buber, que fundamenta su antropología en el encuentro dialógico entre el Yo y el Tú; en ese encuentro se da el reconocimiento del otro, lo que permite conectarse con su aspecto más profundo y auténtico.

Noddings señala que es una tarea específica del que educa reconocer el don específico de cada alumno, para ir alumbrándolo y reforzándolo en un esfuerzo conjunto de pleno desarrollo de lo propio. Por otra parte, sabemos que las personas en formación no se conocen lo suficiente, o no valoran lo que no es valorado por los pares, y este desconocimiento de su propio valor puede motivar una baja auto estima, e inclusive un sometimiento pasivo a liderazgos dudosos, algo que se ve frecuentemente en los ámbitos escolares y en grupos de pre adolescentes o jóvenes. Saber que cada uno es valioso y que posee un don es la certeza que nos mueve a buscar en qué consiste este don. Para esta tarea disponemos hoy en día de criterios más variados que antes, y eso amplía el espectro de los hallazgos, y así como ya reconocemos muchos tipos de inteligencias, incluyendo la interpersonal, la intrapersonal y la artística, estamos más abiertos a apreciar esos buenos desempeños que no era habitual valorar en otras épocas. Es realmente un arte esto del reconocimiento, y es también una tarea que entusiasma dedicarnos a descubrir lo que cada persona hace especialmente bien, porque ese reconocimiento será el primer paso fundamental para su modo original de aportar a este mundo. Vemos aquí como sin atención no sería posible el reconocimiento.

  • Corrección

La corrección es quizás la menos novedosa de las tareas educativas. Parece que la actividad en la escuela podría resumirse en la de enseñar y la de corregir, como si se tratara de un entrenamiento homogéneo, en el que ejercitamos capacidades solo por repetición, y lo acertado es la copia exacta del modelo propuesto. Esto ha sucedido en la escuela, y uno de sus efectos es la frustración y la estatificación de los alumnos en el aula según su mayor o menor capacidad de copia del modelo.  Me siento afortunada de pertenecer a una generación de educadores más respetuosos de las modalidades propias de cada persona, por lo cual educar significa encontrar el camino propio de cada uno en el despliegue de su personalidad. Por supuesto que hay contenidos y habilidades que habrá que incorporar, pero cambió la perspectiva y se entiende que la conquista tanto de los conocimientos como de las habilidades es siempre un recorrido personal. En este contexto ¿qué significa corregir? Si vamos a la composición del término, co-regir quiere decir  ‘regir con el otro’, y la metáfora más adecuada para entender esta función es la de enseñar a andar en bicicleta: el que enseña sostiene el  manubrio del que aprende junto con él, y lo va soltando para que el otro capte lo que hace falta para mantenerse en equilibrio, y finalmente se encamina, lleno de entusiasmo y un poco de temor, a regir solo el manubrio. Estamos muy lejos de la corrección que descalifica, que desecha en conjunto el trabajo imperfecto, sin encontrarles, aunque sea esos pocos elementos rescatables, estamos lejos de una corrección que desanima y paraliza. Aprender a manejarse solos en el camino del conocimiento y de la realización necesita un primer período de apoyo de alguien confiable, pero también de alguien confiado en las capacidades de los que aprenden.

  • Estímulo

Se entiende ahora el porqué de esta última función: el estímulo es el reconocimiento constante de la capacidad del otro, más allá de las dificultades que frenan o de los errores que se cometen en el camino. Corregir sin estimular no abre las posibilidades positivas. Estimular implica conocer las capacidades de cada uno, y conocer también el proceso más adecuado para esa conquista personal  del saber y del hacer. Estimular al otro significa relanzarlo al ruedo después de haberse  equivocado, presentándole como posible lo que no salió bien. Significa reproponer  de otra manera las dificultades, hasta obtener la aceptación de un nuevo intento. Se me ocurren imágenes ligadas al entrenamiento  deportivo –en mi caso, y hace realmente mucho tiempo, en el ámbito de la danza-, donde la imposibilidad de reproducir el movimiento correcto puede ser motivo de abandono definitivo, y solo la capacidad específica del que entrena y sabe cómo presentar el ejercicio para que sea factible -pensemos que esta palabra es la que da origen al adjetivo ‘fácil’, literalmente ‘lo que puede hacerse’- hace la diferencia entre la desesperación  y el desafío.

Toda la educación debe ser un estímulo a atreverse a más, a ir más allá, más alto, más en profundidad, en forma más completa, y esto solo se puede entender  como  una búsqueda de mayor perfección en el camino de la vida, o mejor dicho, en los muchos caminos del desarrollo y la realización de las personas. Este trabajo bien hecho no solo despliega a pleno los dones implícitos de cada persona, sino que también repara las fuerzas de los educadores  frente al bien que su labor constante y fiel  ayudó a  alumbrar.