Eduardo Casas
La imagen bíblica del desierto que acompaña a todo el tiempo de cuaresma -el desierto del pueblo peregrino de Israel y el desierto de las tentaciones de Jesús- nos permite pensar esa metáfora como un símbolo que nos muestra algo de nuestra época.
Debemos reflexionar sobre los efectos devastadores que ecológicamente propiciamos al ambiente y al hábitat del cual formamos parte. Vamos progresivamente realizando una intensa desertización de algunos lugares, eliminando flora y fauna autóctona y produciendo extinción de especies.
La cuaresma nos invita a pensar que la Creación también necesita purificación. Una purificación que la libre de la acción de la contaminación humana. De la toxicidad y el envenenamiento que hemos infligido a la vida, a las especies animales y vegetales, e incluso a la vida humana. Es necesario una cuaresma ecológica que nos purifique de adentro y de afuera.
Debemos pedir perdón y reconciliación a la Creación. San Francisco de Asís alababa a Dios por todas y cada una de las creaturas. Nosotros debemos pedir perdón a Dios y a todas y a cada una de las creaturas que hemos envenenado: los mares, los ríos, los lagos, la tierra, el desierto, los glaciares, los minerales, las plantas y los animales, la atmosfera. Nos hemos envenenados a nosotros mismos, a nuestros semejantes y a la tierra y los seres que Dios nos había confiado como custodios.
San Francisco de Asís se sentía hermano de cada ser. Nosotros nos hemos enemistados con cada ser. Hemos roto la alianza de la vida. Ya no encontramos una razón de fraternidad en cada ser. Al contrario, nos sentimos tan ajenos a la belleza del mundo que la hemos deteriorado por entero. Necesitamos una cuaresma de purificación y de reconciliación ecológica con el mundo y con el entorno en el cual habitamos.
Por otro lado, el desierto es también una metáfora de lo que socio-culturalmente acontece. Se dan múltiples desertizaciones. Los ámbitos humanos se despueblan de vida, de valores y de vínculos, entre otras cosas. Además, también existe una desertización de la fe en un mundo cada vez más secularizado. Muchas comunidades. Muchas vocaciones y muchos templos están cada vez más desiertos y vacíos.
La cuaresma no es solo personal e íntima, sino también social y comunitaria. Precisamos una purificación que llegue a lo profundo de nuestro ser social, al entramado destejido de los vínculos y de la amistad social rota por tantos desgarrones de violencia y desencuentro.
Necesitamos no sentirnos tan vacíos teniendo todo. Necesitamos menos para sentirnos más plenos. Es preciso una austeridad social que nos libre del deseo impuro del consumismo y de acumular cosas y no terminar cosificándonos a nosotros mismos. La vida humana pierde su intrínseco valor cuando las personas nos cosificamos. En un mundo excesivamente materializado, terminamos siendo una cosa más, vidas descartables.
Necesitamos una austeridad social que nos permita compartir más. Compartir lo que somos y lo que tenemos. Compartir incluso lo que no siempre tenemos y, sin embargo, deseamos: más tiempo, más amor, más salud, más juventud, más vida, más Dios.
Es preciso una cuaresma sanadora y reconciliadora. Una cuaresma humana y humanizante.