Como en una guerra, en pandemia también se producen daños colaterales; entre otras cosas, por acción u omisión de los encargados de gestionar la crisis sanitaria.
Los daños colaterales se explican en una guerra como aquellos que ocurren como consecuencia secundaria o no prevista (aunque posible) de una operación militar.
La expresión es un eufemismo que suelen usan las partes en conflicto para explicar el número de muertos o de heridos, o la destrucción en zonas que no son el objetivo del ataque.
En esta línea de pensamiento, en una pandemia también se producen daños colaterales; entre otras cosas, por acción u omisión de los encargados de gestionar la crisis sanitaria.
También ocurren “efectos colaterales”, que no llegan a ser daños, sino cambios o consecuencias, a veces beneficiosas, provocadas por hechos no deseados.
A un año y medio de convivencia con la pandemia y con la experiencia acumulada, la escuela ha tomado un protagonismo inusitado en la agenda pública, gracias a la alteración de la maquinaria que la hace rodar. Hoy no hablan sólo los expertos en educación: toda la sociedad se pregunta qué hacer, cómo actuar.
Las familias conocen ahora en profundidad, y desde adentro, la complejidad del proceso educativo. Y libran sus batallas públicas a favor o en contra de ciertas medidas desde su porción de realidad, desde su cultura, contexto e ideología.
Las miradas antagónicas sobre la conveniencia de la presencialidad en la actual condición sanitaria y la (in)capacidad del sistema para desarrollar una educación virtual o bimodal tienen una cuota de verdad que hace tambalear el statu quo y frena la inercia con la que funcionan las grandes estructuras públicas.
Por un lado, la sensación de incertidumbre genera indefensión. Por otro, crecen las situaciones de angustia, de tristeza nostálgica y de depresión en niños y en adolescentes. Hay evidencia internacional que muestra que los chicos, al igual que el personal de salud y los ancianos, son los más vulnerables a la “fatiga pandémica”, como la definió la Organización Mundial de la Salud.
Entre otras conclusiones, el informe habla de la creciente dependencia de las familias a diversos apoyos alimentarios y remarca el incremento de la ingesta de comida con pocos nutrientes.
En la misma línea, un estudio de la Defensoría de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, remarca que en Córdoba cinco de cada 10 hogares del sector socioeconómico bajo consumen alimentos menos saludables que antes de la pandemia.
También indica que muchos chicos carecen de acompañamiento familiar para las actividades virtuales porque, entre otras cosas, una de cada dos mujeres sienten una mayor sobrecarga de trabajo de las tareas del hogar, en un contexto de distribución desigual en términos de género previa a la pandemia.
Todo hace presumir que las secuelas serán inevitables, pero parece urgente que el Estado y las instituciones públicas y privadas con capacidad de intervención y presencia social atiendan las señales del presente para habitar una pospandemia con el menor daño colateral posible.
Fuente: La Voz