La flexibilización de los criterios de promoción para que los estudiantes argentinos pasen de grado o de año solo ahondan la crisis de aprendizaje
Fuente: La Nación / Por María Elena Polack
El único éxito del sistema educativo argentino es su constante fracaso. Más allá de los discursos políticos, los análisis de los especialistas y las quejas de los gremios docentes –con razón por sus bajos salarios–, pero con escasas propuestas para salir del atolladero que sus afiliados viven en las aulas, hace más de 20 años que la premisa estatal es flexibilizar los procesos de aprobación.
La tragedia es muy anterior a la pandemia y el consecuente cierre de las escuelas por más de un año, que contribuyó a profundizar el problema. Lo que seguramente quedará demostrado sin disimulo cuando la semana próxima se conozcan los resultados de las pruebas Aprender, tomadas en diciembre pasado.
Pero no nos quedemos con la remanida frase de “la pandemia complicó todo”, porque si bien es cierto, lo que dejó al desnudo fue la real situación del aprendizaje. Los padres, incluso de escuelas de gestión privada, se enfrentaron como nunca a la real calidad de la enseñanza de sus hijos. Y, para esquivar el abismo, las autoridades educativas de buena parte de las provincias decidieron flexibilizar más aún el paso de año con materias previas.
Misiones y Tucumán, por citar dos casos, quizás los más graves, aceptan que los estudiantes adeuden seis materias de 2021 o, incluso, de años anteriores. En Santa Fe se permitió un paso automático del primario al secundario y se autorizó a que los alumnos de 2° a 5° año pudieran tener seis materias previas. Santa Cruz, siempre liderando la catástrofe educativa, permitió pasar de año sin importar las calificaciones. En 2016 y 2017, mucho antes de que alguien registrara la palabra coronavirus, esa provincia lideraba el ranking de jornadas sin clases por huelgas docentes: de 180 días previstos en el calendario escolar, en 117 las aulas estuvieron cerradas.
La incapacidad de ampliar la cantidad de días de clases, de los incumplibles 180 –de los más bajos del mundo– se pasó al nuevo discurso de sumar horas de clase. Opción compleja por la deficiente infraestructura, especialmente en el ámbito estatal y que obtuvo como respuesta inmediata el rechazo de padres, estudiantes y docentes. En el centro de la catástrofe, quedan estudiantes sin herramientas eficientes para encarar el futuro.