Ninguno de los países que hoy reconocemos como centrales y desarrollados alcanzó ese status sin libertad de sus ciudadanos o sin educación. Libertad para transitar, expresarse, elegir a sus representantes y pensar. Y con educación como motor del desarrollo

Por Miguel Ángel Schiavone (Rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina)

Cuando hablamos del futuro de un país y su gente, estamos imaginando el desarrollo de ese país, entendido el desarrollo como un proceso omnicomprensivo, totalizador, que promueve la expresión de las potencialidades del ser humano, siempre y cuando ese desarrollo sea sustentable y garantice la equidad. Definido el desarrollo, queda ahora identificar cuáles son los factores conducentes al mismo.

Algunos países alcanzaron el desarrollo con capitales, otros con recursos naturales, otros emergieron de la pobreza a partir del boom tecnológico del último siglo. Sin disponer de recursos naturales o capitales, algunas naciones alcanzaron el desarrollo solamente con cultura de trabajo. La salud de la población también es necesaria para el desarrollo, sin salud no hay capacidad productiva ni tampoco creativa, se necesitan músculos y neuronas sanas y activas para trabajar y pensar. Pero ninguno de los países que hoy reconocemos como centrales y desarrollados alcanzó ese status sin libertad de sus ciudadanos o sin educación. Libertad para transitar, para expresarse, para elegir a sus representantes, libertad para pensar… Pero esta reunión nos convoca a focalizar en la segunda dimensión, la de la educación como motor del desarrollo para el futuro de ese país y su gente.

Educación y desarrollo económico

La educación es un derecho humano, reduce la pobreza, reduce las brechas e inequidades igualando oportunidades y contribuye a la paz, además de generar beneficios elevados y constantes en términos de ingreso.

T. W. Schultz y Gary Becker, ambos Premios Nobel de economía impusieron el argumento de la educación como inversión. Gary Becker con su teoría del capital humano sostuvo que la inversión en la educación explica el crecimiento económico de un país. Un año adicional de escolarización puede aumentar los ingresos en un 10%, superando cualquier otra inversión. Los rendimientos privados en educación son aún mayores en los países con baja renta. En América Latina es del 11%, mientras que en las economías avanzadas es del 8%.

El porcentaje del capital humano en la riqueza total es del 62 %, 15 veces el valor del capital natural. El informe sobre la ocupación laboral en Argentina elaborado por el INDEC, correlaciona el nivel educativo con el nivel de empleo. La mayor parte de los empleos en los últimos años requieren de estudios secundarios y universitarios. Esto explica que el 90 % del desempleo corresponda a los que no superaron la educación secundaria. Según el informe 2020 de nuestro Observatorio de la Deuda Social, el 44,7% de la población se encontraba bajo la línea de pobreza, pero cuando los jefes de hogar no habían completado la escolaridad secundaria la pobreza se eleva al 61,2, valor que se reduce al 26,6% entre los que finalizaron la secundaria. En este mundo tecnológico, sin educación no hay trabajo y sin trabajo ni educación no hay desarrollo.

El desarrollo económico de un país comienza en el aula. “Solo cambiando la educación se puede cambiar al mundo”, son las palabras de nuestro Papa Francisco. Si Argentina se esforzara en mejorar su calidad educativa y consiguiera que sus alumnos alcanzaran un mínimo de 488 puntos en las pruebas PISA -que no es un valor exagerado, sino el promedio del sistema-, en el término de 10 años el PBI de Argentina crecería 120 %, tan solo por tener un capital humano mejor formado y preparado.

El artículo “El impacto económico de las universidades”, publicado en 2019 en la revista Economics of Education Review, analiza datos de casi 15.000 universidades en 78 países. Sus autores, Valero y Van Reenen, realizaron un análisis de regresión controlado por diferentes variables y encontraron que incrementar 10% la cantidad de universidades en una región se asocia con una mejora de 0,4% en el PBI per cápita. También se demostró que hay efectos positivos en regiones vecinas y que la presencia de universidades se asocia con actitudes a favor de la democracia.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) realizó un listado de los países “más educados del mundo”, que según su criterio son aquellos con mayor porcentaje de personas entre las edades de 25 y 64 años que completaron algún tipo de educación universitaria o de tercer nivel. Analizaron más de 40 países, la mayoría miembros de la OCDE: Canadá, Japón, Singapur, Israel y Corea fueron los países con mayor porcentaje de universitarios del mundo.

Cuantificación del capital humano

El índice de capital humano (ICH) calcula las contribuciones de la salud y la educación a la productividad laboral. Mide la productividad que tendrá una niña o un niño nacido hoy cuando sea un trabajador en el futuro. En 2018 sobre un total de 175 países, los primeros del ranking fueron: Singapur, Hong Kong, Japón, Corea, Canadá y Finlandia. Argentina ocupo el puesto 70.

¿Cuál es la realidad de la educación en la Argentina?

Primera realidad: falta de una “política de estado en educación”. Desde el retorno a la democracia en 1983 los ministros de educación duraron en su cargo en promedio 1,9 años, promedio solo superado por los ministros de economía y salud. Como dato a considerar en la era del feminismo, solo ocuparon ese cargo 2 mujeres. En igual periodo, el Ministerio cambió de nombre en 10 oportunidades. Incluyendo alternativamente en su denominación las áreas de ciencia y técnica, deportes o cultura. En relación a la asignación de recursos, la Ley vigente desde 2006 establece que el presupuesto para educación no debe ser menor al 6% del PBI, pero solo en el año 2015 alcanzo este valor, todos los otros años fue menor, en 2019 se invirtió en educación solo el 4,8 % del PBI. Por supuesto que todos conocemos que la educación no se mejora solo con más presupuesto.

Segunda realidad: no cumplimos con la ley ni con los acuerdos y pactos educativos que nosotros mismos establecimos. En 2006 Argentina decide y legisla que la educación será obligatoria desde los 4 años hasta completar la secundaria, pero la realidad es que el 70 % de los alumnos del nivel secundario no egresa en tiempo y forma y un 36% no se recibe. Por otro lado, también la legislación dice que “las escuelas primarias serán de jornada extendida o completa”, pero en 2018 solo el 14% de los niños argentinos gozaban de este beneficio, alcanzando un máximo en CABA del 49%. No se cumplen los 180 días de clase previsto en los calendarios escolares, ni se fortalecen los procesos evaluativos en todos sus niveles. Tampoco se reglamentó ni se implementó la ley 26.586/09 que tenía como objeto orientar las prácticas educativas en la prevención de las adicciones y el consumo indebido de drogas, en todos los niveles del sistema educativo nacional. Se argumentaron razones presupuestarias cuando se dilapidan recursos en otros programas educativos que poco tienen que ver con la promoción de la salud de los jóvenes. En educación como en salud y otros derechos que debe garantizar el estado, hay muchos discursos que luego no se correlacionan con los hechos.

Tercera realidad: la cantidad de años de escolarización no necesariamente se correlaciona con la calidad educativa que reciben los alumnos. La calidad educativa depende de la aptitud y actitud de los docentes, de la capacidad de gestión que tiene el Director de la escuela, del entorno en que se encuentra la escuela, y de la participación de las familias y la comunidad en ese proceso educativo. Si bien Argentina tiene un promedio de 11 años de escolarización obligatoria, frente a los 9.5 de América Latina, en las pruebas Aprender 2019 surgieron resultados poco satisfactorios. En matemática el 72% de los estudiantes de último año de secundaria estaba por debajo de los niveles deseados y, lejos de mejorar, los indicadores vienen cayendo en cada evaluación. En el nivel primario las pruebas Aprender 2018 mostraron que el 25% de los alumnos de sexto grado primaria tenían dificultades para interpretar un texto. El 43% no podía calcular el área de una figura y tenían dificultad en resolver cálculos que involucren operaciones con fracciones.

El problema de la calidad queda documentado no solo con las pruebas Aprender, también se reiteran en las pruebas PISA de carácter internacional. En 2018 argentina se ubicó en el puesto 63 en lectura, Chile ocupo la posición 42 y Uruguay el puesto 48. En matemática nos ubicamos en el puesto 71 muy por debajo de Uruguay que ocupo el puesto 48 y chile el 49. China y Singapur ocuparon los primeros puestos.

Esta es una sociedad en que nadie quiere ser evaluado. Evaluar implica comparar un modelo teórico con un modelo observado. La pregunta es: Cuál es el modelo teórico o ideal? No hay modelo ni hay evaluación. Rechazamos las evaluaciones, pero sin evaluación el fracaso está garantizado en cualquier ámbito de la sociedad.

Cuarta realidad: la deuda más grande que tiene la Argentina en educación es la falta de equidad. En 2019, sólo el 43% de jóvenes de los hogares con menores ingresos finalizó el nivel secundario, dato que asciende al 91% en los hogares con mayores ingresos.

En los hogares de nivel socioeconómico bajo, el 64% de los estudiantes están por debajo del nivel básico en matemática, mientras que en los de niveles altos ese porcentaje es de tan solo del 24%. En lengua sucede lo mismo, el 40% de los alumnos de nivel socioeconómico bajo no comprende lo que lee. Los más bajos niveles educativos se concentran en los grupos poblacionales que se encuentran bajo la línea de pobreza, 5 de cada 10 jóvenes de este grupo tienen déficit educativo. Finalmente, sólo dos de cada diez argentinos logran una titulación universitaria. Estadísticas que demuestran que muy pocos argentinos alcanzan una educación superior. Estas inequidades educativas resultan moralmente inaceptables.

Quinta realidad: la pandemia desnudó los niveles de pobreza socioeconómicos y todas las debilidades y carencias de nuestro sistema educativo, aunque esta realidad encuentra a nuestra sociedad en un estado de anomia que ya nada la sorprende. El 46% de los hogares con estudiantes de nivel secundario no poseía computadora, cifra que se eleva al 58% en los hogares con estudiantes que asisten a escuelas públicas. Los docentes no estaban capacitados para las nuevas modalidades educativas, no solo en los aspectos técnico operativo, sino también en las nuevas estrategias pedagógicas. El 15 de marzo de 2020, a través de la resolución RESOL-108 del ME se decidió el cierre de las escuelas. Un trabajo de Guadalupe Rojo y con relación al consumo eléctrico de las escuelas con este cierre refleja un comportamiento similar a lo esperado. Para 2020, el consumo de electricidad fue notablemente menor que los años anteriores. En mayo de 2021 los autores identifican una marcada heterogeneidad espacial entre distritos del AMBA. Se observa que del total de escuelas analizadas el 50,8% no consumían electricidad al estar cerradas. Es interesante ver cómo a partir de ese momento va aumentando el consumo eléctrico en las escuelas de CABA, mientras que siguen apagadas las luces en las escuelas del conurbano. Las evidencias nacionales (ODSA- UCA, 2021) e internacionales ilustraron que los daños asociados con el cierre de las escuelas aumentan en población vulnerable.

Es posible ser optimista y darle respuesta a aquellos que dicen que “no hay solución”

En una economía mundial basada cada vez más en el trabajo mental y cada vez menos en el trabajo manual, serán necesarias personas con habilidades especiales para hacer trabajos más sofisticados. En este escenario, la educación es la clave del progreso. Singapur que hoy ocupa el primer lugar en el ranking de capital humano era una colonia Británica de tal pobreza que en 1963 Gran Bretaña la abandona y Malasia se hace cargo de ella. Muy pronto los malayos se fueron y Singapur en 1965 con tan solo 70 km2 declaró su independencia. Desde ese momento consiguió cuadriplicar su PBI per cápita. ¿Cuál fue el secreto? Sin recursos naturales ni capitales decidió invertir en educación de su población. Hoy en sus billetes no tiene la imagen de ningún presidente ni de ningún animal o planta de su territorio, tienen la imagen de una universidad con un profesor y sus estudiantes con la palabra “educación”.

La educación es un requisito necesario para nivelar las inequidades sociales; enriquecer la cultura, el espíritu y los valores del ser humano promoviendo la movilidad social. Con educación se accede a mejores empleos; se fortalece la democracia e impulsa la ciencia y la tecnología. Singapur, Hong Kong, Macao, Japón, Canadá o Finlandia son modelos a observar, analizar y en lo posible imitar si esperamos dar respuesta al futuro de nuestro país y nuestro pueblo.