Eduardo Casas
El título de esta reflexión no es sólo un juego de palabras. Cuando se usa un binomio analógico, una expresión ilumina de sentido a la otra. Hablar de “Evangelio de la sinodalidad” significa que el caminar juntos como Iglesia es una Buena Nueva en sí misma. Esto trae como consecuencia que todo otro modo eclesial que nos clausure en autorreferencialidad, conspira contra la novedad del Kerigma. A su vez, hablar de “la sinodalidad del Evangelio” significa que el caminar juntos, como Pueblo de Dios, aparece -no sólo en el Evangelio- sino en toda la Biblia, empezando por el camino de Abrahán; la peregrinación de 40 años por el desierto de Israel; la conquista de la tierra prometida; los dolorosos exilios en tierra extrañas y sus retornos esperanzadores, entre otros muchos sucesos.
En el Evangelio, la Encarnación del Hijo de Dios revela al “Dios con nosotros” (Mt 1,23), el cual a sí mismo se autodefine como “el Camino” (Jn 14,6). Mientras que la vida oculta es existencia de silencio y quietud; el ministerio público es salida y proclamación del Reino, caminando junto con sus discípulos. El Señor instruye “sinodalmente”, enseña y obra mientras van itinerando. Él es el Camino y, en el camino, enseña y obra; palabra y gesto. La subida a Jerusalén, donde entrega su vida, es descripta como un camino con los suyos. En el Evangelio, especialmente en Marcos y en Lucas, la Pascua no es sólo “paso”. La Pascua es camino. El Resucitado se hace Iglesia, en el camino de los discípulos de Emaús. La Palabra se explica, la “fracción del pan” (Lc 24,35) se comparte, el Peregrino no reconocido y el Señor reconocido y desaparecido, nos recuerdan que éstas son las características constantes del caminar juntos como Iglesia a lo largo de todos los tiempos.
En el resto del Nuevo Testamento, la Iglesia después de Pentecostés, es primer anuncio, salida misionera y camino. Basta recordar el itinerario de los distintos Apóstoles. Mencionemos entre los principales a Pedro, a Santiago, a Juan, al diácono Felipe, a Bernabé, a Lucas y, sobre todo, a Pablo. Todos ellos harán camino, tanto juntos, como separados, siempre en un mismo espíritu fundacional y en el sostenimiento de las nuevas comunidades. El libro de los Hechos de los Apóstoles puede considerarse el libro del Camino (cf. Hch 19,23). Es el texto del Nuevo Testamento que más refleja la sinodalidad naciente de la Iglesia en salida.
Las Cartas del Nuevo Testamento, por su parte, reflejan la preocupación por “todas las Iglesias” (2 Co 11,28) y las distintas situaciones que se vivían en las comunidades originarias. Por último, el libro del Apocalipsis, abre el camino sinodal de la Iglesia hacia la esperanza futura. Las 7 cartas a las Iglesias superan la mención de las meras comunidades a las cuales estuvieron destinadas para convertirse en un llamado a toda la Iglesia, la de entonces y la de ahora. El libro termina con una fiesta de bodas. El camino de la Iglesia y de las Iglesias culmina en la Alianza con el Resucitado. Aquel que es Camino, también es meta.
Después de la Palabra de Dios, la sinodalidad está presente en la Tradición de la Iglesia donde tempranamente, desde el siglo III, comienza a emerger como característica esencial de la Iglesia peregrina. San Ignacio de Antioquía (s. I-II) afirma en su carta a la comunidad de Éfeso que todos somos “compañeros de viaje” (Ad Ephesios, IX, 2); San Cipriano de Cartago (s. III) recuerda que en la Iglesia local no debe hacerse nada sin el Obispo, sin el consejo de los presbíteros y diáconos; y sin el consenso del pueblo (cf. Epistula, 14, 4); Eusebio de Cesarea (s. III-IV) habla de las reuniones sinodales para el discernimiento de las diversas doctrinas (cf. Hist. Eccl. V,16, 10); y el testimonio más explícito lo da San Juan Crisóstomo (s. V) al afirmar que “Iglesia y sínodo son sinónimos”: decir Iglesia es decir “caminar juntos” (Explicatio in Ps. 149).
En el segundo milenio de la Iglesia, la sinodalidad del cuerpo da paso a la centralidad de la cabeza a partir de reconfiguración de la Iglesia occidental en torno a su única sede en Roma. Son muchas las causas de esa centralización; aunque la sinodalidad no desapareció nunca totalmente de la Iglesia. En la Edad Media fueron sobre todo las órdenes religiosas las que, con su experiencia comunitaria, mantuvieron muchas expresiones de la vida sinodal.
En la Edad Moderna, el deseo de reforma de la Iglesia, luego de siglos de pre-eminencia de la institucionalidad, surge en el impulso de la contra-reforma. A partir del Concilio de Trento se da un fuerte impulso sinodal en la celebración de concilios provinciales y sínodos diocesanos para llevar la reforma promovida por el Concilio a las distintas Iglesias. Esta fuerza tuvo repercusión y recepción en el nuevo mundo y fue la base sobre la que se configuró la Iglesia latinoamericana. La semilla de la sinodalidad nació con la misma evangelización de las nuevas tierras, generando la gran tradición sinodal de Latinoamérica, comenzada por Santo Toribio de Mogrovejo y prolongada desde el siglo XVI al XVIII. Hay que destacar, en este período, en territorio rioplatense, los sínodos celebrados por el obispo Trejo y Sanabria, precursor de la organización de la Iglesia argentina, con casi un centenar de sínodos diocesanos celebrados hasta el siglo XVIII.
En la Edad Contemporánea, a partir del Concilio Vaticano II y la institución del Sínodo de los Obispos (1965), la sinodalidad ha ido cobrando, cada vez, mayor relieve hasta alcanzar la categoría actual dada por el Papa Francisco: la Iglesia del Tercer Milenio es la Iglesia de la sinodalidad. Por su parte, las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano -desde Río de Janeiro (1955); Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007)- asumen plenamente la sinodalidad como el rostro de la Iglesia Latinoamericana y del Caribe.
Sin embargo, la sinodalidad no se siente de la misma manera en toda la Iglesia. El llamado del Papa Francisco al Sínodo de los Obispos 2021-2023 –“Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”- no tiene la misma repercusión en Latinoamérica que en Europa. En la actualidad Latinoamericana es “Iglesia Fuente” según Methol Ferré y ya no es, en cuanto Iglesia, el “espejo” de Europa. El Viejo Continente, aún en la Iglesia, conserva resabios de estilos monárquicos, centralizados orgánica y jerárquicamente, clericalizados y sintiéndose amenazados por la presencia cualificada de las mujeres.
Por algo la sinodalidad va unida a la conversión pastoral y la reforma estructural. En el discurso que el Papa Francisco otorgó el 9 de octubre (2021), inaugurando el Sínodo, recordó que “el Sínodo no es un parlamento, ni un sondeo de opiniones, sino un momento eclesial donde el protagonista es el Espíritu Santo”.[1] Todo el discurso papal es una neumatología del Sínodo en la cual, aplicando los criterios de discernimiento, advierte que todo Sínodo tiene 3 tentaciones a vencer: el formalismo que se expresa en que todo quede sólo en documentos; el intelectualismo que se reduce a meras abstracciones separadas de la realidad y el inmovilismo que no permite ningún cambio. También habla de tres oportunidades: “encaminarnos, no ocasionalmente, sino estructuralmente hacia una Iglesia sinodal”; siendo “Iglesia de escucha e Iglesia de cercanía”.[2] Sobre estas bases caminamos juntos este presente y la promesa del futuro.
Algunas preguntas para el discernimiento
- ¿Cuáles son los rasgos de sinodalidad que descubro en la biografía de mi fe?
- ¿Cuáles son las actitudes sinodales del Pueblo de Dios que más me impulsan a la conversión pastoral?
- ¿Cuáles son las resistencias que más me duelen obstaculizando la reforma sinodal?
Oración del Papa Francisco en la apertura del Sínodo 2021-2023
Ven, Espíritu Santo. Tú que suscitas lenguas nuevas y pones en los labios palabras de vida, líbranos de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro. Ven en medio nuestro, para que en la experiencia sinodal no nos dejemos abrumar por el desencanto, no diluyamos la profecía, no terminemos por reducirlo todo a discusiones estériles. Ven, Espíritu Santo de amor, dispón nuestros corazones a la escucha. Ven, Espíritu de santidad, renueva al santo Pueblo fiel de Dios. Ven, Espíritu creador, renueva la faz de la tierra. Amén.
[1] Papa Francisco. Discurso para el inicio del proceso sinodal. Aula Nueva del Sínodo. 09.10.2021. https://www.vaticannews.va/es/vaticano/news/2021-09/texto-leido-en-espanol.html
[2] Ídem.