Eduardo Casas
En estos tiempos de pandemia, una de las principales características de la espiritualidad se ha concentrado, principalmente, en la actitud y en el servicio de una escucha activa, receptiva y empática, ya que escuchar consiste en un acto de amor singularizado para el tiempo exclusivo de una sola persona y sus necesidades y circunstancias. Cuando verdaderamente se escucha solo existe una sola persona, aquella que me abre su interior.
Escuchar es un arte espiritual que está estrechamente ligado a muchas virtudes. Escuchar requiere amor, paciencia, disposición, entrega y hasta sacrificio. La humildad y la escucha están íntimamente relacionadas. La cualidad indispensable para una buena escucha es la humildad. Igualmente, la sabiduría y la escucha se entrelazan. El sabio lo es, no tanto por lo que dice sino por lo que calla y escucha. No hay sabiduría sin silencio y sin rumiar los acontecimientos. Tampoco existe obediencia sin escucha. Etimológicamente la palabra obediencia viene del latín y contiene la raíz audire que significa escuchar. Obedecer es escuchar atentamente.
Uno de los primeros servicios que un ser humano le debe a otro es escucharlo. Así como el amor a Dios empieza por escuchar su Palabra, del mismo modo, el amor a los hermanos consiste en aprender a escucharlos, lo cual puede ser un servicio mejor que el hablar. Hay muchos que hablan mucho y pocos que escuchan.
En un mundo saturado de ruidos y de impactos sensoriales es difícil escuchar interiormente ya sea a uno mismo y a Dios. Hay que crear un ambiente interior y una disposición para la escucha, la cual no es simplemente un don sino también un ejercicio. Es preciso una gimnasia de la escucha que debe ejercitarse todos los días. Quien no practica la escucha termina siendo un sordo. Al menos espiritualmente. La sordera espiritual es más común de lo que pensamos. Hay personas que sólo están llenas de sus propias palabras y aturdidas por sus mismos vacíos.
Ser una persona silenciosa no es estar aislada, sino en íntima conexión con uno mismo. Nuestro interior está habitado. Tiene una particular sonoridad, suena nuestra voz interior y su melodía única. Allí nos habla Dios y repercuten las intuiciones del propio corazón.
Dios nos habla a través de signos, señales y mediaciones: la vida, sus circunstancias y vínculos. Todo debe ser llevado hacia adentro para ser auscultado, decantado, rumiado.
Escuchar lo que nos dice el propio corazón nos hace contemplativos y sabios del silencio interior. Vivimos hacia afuera, aturdidos, vacíos y llenos de palabras. Hay que ingresar y sumergirnos en la plenitud y espesura de nuestro silencio. Muchas veces tenemos miedo de nuestra soledad y silencio porque los hemos vaciado. Nos hemos vuelto más superficiales y banales. Si tenemos dos oídos y una sola boca eso significa que hay que oír el doble y hablar la mitad de lo que hacemos. Es necesario reconciliarse con el propio silencio y aprender a estar en paz con él y disfrutarlo.
Hay que escucharse a sí mismo. Escuchar la propia vida y ser sabio. Escuchar el propio cuerpo y comprender qué nos dice para ser más saludables. Escuchar la propia historia y aprender. Escuchar a los demás y ser más comprensivos y tolerantes. Escuchar a Dios y descubrir el secreto de la vida y de la felicidad que está oculta a los que no saben percibir el milagro de la existencia.
El papa Francisco en su última Encíclica “Fratelli Tutti” afirma: “el escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida”.[1]
[1] FT 48