El docente, con un esfuerzo inédito, trata de mantener la función de la escuela: acercar el conocimiento y contribuir a su construcción. Envía las clases y las actividades por vía virtual y en algunos contextos (sin recursos y /o sin conectividad) a través de cuadernillos que el alumno deberá resolver por el mismo medio.
Muchos padres no están actualizados en las nuevas tecnologías y sienten una presión extra, porque deben tratar que el hijo ( tentado a sentir que son vacaciones) se posicione como alumno varias horas al día.
Es muy difícil que eso suceda cuando faltan la presencia del docente, el clima de la actividad grupal y las reglas que la misma institución exige.
En relación con la escuela, hace años se viene diciendo que se quedó en el tiempo, que no se actualiza en función del alumno de hoy. Que muchísimos docentes se resisten a usar las TIC (tecnologías de información y comunicación), mientras que otros las vienen incorporando con éxito en sus clases.
Esta situación imprevista forzó a muchos a construir aulas virtuales, donde circulan los contenidos pero se dificultan los encuentros. Aunque las distintas plataformas sumen voz e imagen, están faltando los cuerpos.
¿Cómo hacer para que llegue el deseo de enseñar? ¿Cómo mantener los vehículos transferenciales necesarios para que el aprender y el enseñar sean posibles? ¿Qué estrategias usar para que ni los chicos ni los padres sientan que la escuela invade sus vidas a través de consignas, textos, archivos, videos, cuadernillos, etc.? ¿Qué difícil no sentir, ante ese caudal de tarea, una especie de abandono, de soledad?
De lo que estamos seguros es de que, si al aislamiento físico se le suma el afectivo, la pérdida será incalculable.
Se trata, entonces, de crear estrategias de hospitalidad. Que el alumno sea convocado también emocionalmente por su docente. Ellos deben escuchar y ver a su docente antes de la ejecución de las tareas, con palabras dirigidas a ellos, no sólo a los padres.
La palabra, la sonrisa, debe circular. Podemos abrazar, hospedar, contener con palabras.
En ese intercambio, en ese diálogo, deben aparecer las sensaciones, las experiencias de cada quien en la cuarentena.
Hay que hablar de cómo se los extraña, de lo lindo que será el reencuentro, y asegurarles que lo no entendido o aprendido tendrá su tiempo para ser resuelto.
El psicoanálisis nos enseñó la importancia del amor de transferencia. Todos los chicos aprenden por amor a su maestro o a la asignatura.
Quizá este desafío que el docente siente de apelar a la creatividad, a la transmisión amorosa y alegre, contribuya a que algo del deseo de saber siga encendido, a pesar de la distancia.
¿Cuándo se vuelve a la escuela? No lo sabemos. Las decisiones se van tomando día a día. Pero a pesar de la incertidumbre, de algo estoy segura: volveremos a clase revalorizando el rol docente y resignificando el sentido de la escuela.
De no ser así, seremos los adultos quienes no aprendimos nada de esta “mudanza imprevista”.
* Psicopedagoga
Fuente: La Voz del Interior