Calmada y apasionada. Hablar con Laia Mestres, experta en educación emocional, invita a la pausa que muchos días no nos permitimos. Ella es una de las ponentes del Congreso de Educación ‘Ciento colando. Revuela la educación’ que la editorial SM organiza este miércoles y jueves en formato virtual. Comparte cartel con especialistas como Fernando Reimers, director de la Iniciativa Global de Innovación Educativa y del Programa de Política Educativa Internacional de la Universidad de Harvard, César Coll o Javier Bahón.
Mestres, nacida en Sabadell hace 47 años, lleva desde los 24 en la docencia. Comenzó como profesora, pero tras comprobar los grandes cambios que la educación emocional aportó al desarrollo académico del alumnado de Formación Profesional de la Escuela Pia Sarrià de Barcelona, decidió volcarse en el campo de los valores. La creadora del programa ‘Look inside’ para desarrollar e integrar la educación emocional en los centros educativos ofrecerá una charla en la que desgranará los retos de la escuela en el ámbito de las competencias emocionales. Mestres atiende a las preguntas de 20minutos.
¿La educación del futuro ha de ser más tecnológica o más humana?
Deberíamos salir de esta falsa dicotomía, son dos cosas que no deben estar al mismo nivel. La tecnología tiene que estar al servicio de lo humano y nunca al revés. La tecnología brinda excelentes recursos pedagógicos, esto es irrefutable, pero siempre debería estar en un espacio acotado y al servicio del desarrollo humano desde mi punto de vista.
Como especialista en educación emocional, ¿Cómo crees que ha afectado la pandemia a la salud emocional de los escolares?
Ha afectado a todos los niveles. A nivel de aprendizaje, la falta de presencialidad se ha revelado como un factor clave. Hemos visto que es una suerte contar con la tecnología, pero a la vez nos hemos dado cuenta de que lo virtual no es igual que lo presencial. También hemos de tener en cuenta que un alumno con buen equilibrio emocional va a estar más predispuesto a aprender, a recordar, a atender, a concentrarse, a prestar atención y a rendir académicamente. En este sentido, no todos nuestros alumnos han tenido las mismas herramientas y estrategias necesarias para gestionar emocionalmente bien lo que ha supuesto la pandemia. En la adolescencia, ha habido un impacto negativo, sobre todo entre el alumnado con menos recursos. En cambio, en el alumnado con recursos y apoyo familiar, hemos visto procesos de resiliencia súper luminosos y adaptativos. Pero los adolescentes no han podido ser adolescentes y esto les ha afectado emocionalmente y, por lo tanto, también en sus procesos de aprendizaje, ya que los dos procesos van absolutamente ligados.
“En un mundo ideal, haría llenar las escuelas de docentes emocionalmente competentes”
¿Cómo potencian el aprendizaje las competencias emocionales?
De una forma u otra, lo que nos regala el desarrollo emocional de nuestro alumnado es tenerlo con una predisposición mejor a sus procesos de aprendizaje. Es decir, si yo tengo un alumno que es consciente de sus emociones y las maneja mejor, que tiene una buena relación consigo mismo, un autoconcepto positivo, que es capaz de expresar una actitud positiva, que es resiliente, que es capaz de establecer o vivir vínculos auténticos, que cuenta con una buena red de soporte personal, seguro que estará en disposición de aprender y recordar mucho mejor que si no [cuenta con todo ello]. Tendremos un alumno, en definitiva, mucho más centrado que podrá atender mejor cualquier tipo de demanda, también la académica.
¿Y cómo impulsaríamos el desarrollo emocional del alumnado desde la escuela?
En un mundo ideal, haría llenar las escuelas de docentes emocionalmente competentes, ya que la herramienta de más impacto en el desarrollo emocional de niños, jóvenes y adolescentes es el desarrollo de los adultos que los acompañan. Ahí tenemos un primer foco: vamos a desarrollar emocionalmente a los docentes, ellos son el motor del desarrollo emocional del alumnado. Después tendríamos que desplegar para programas basados en el desarrollo de las competencias emocionales desde el primero Infantil hasta segundo de Bachillerato. Programas bien ordenados, rigurosos, con un buen despliegue de metodologías, de objetivos y contenidos, con coherencia a lo largo de los cursos, que conlleven un trabajo tanto diario como regular como puntual de las competencias emocionales. Finalmente, [tendríamos que] acabar de trabajar con el resto de la comunidad educativa, especialmente con las familias, que es el primer contexto de influencia para los menores.
Pero, ¿está preparada la escuela para desempeñar ese papel de segundo contexto de influencia en el desarrollo emocional del alumnado?
Una escuela que pretenda el desarrollo integral del alumnado tiene implícito en su propósito el desarrollo de las competencias emocionales del alumnado, que es una parte importantísima y significativa para el desarrollo integral de las personas. Deberíamos plantearnos ‘¿si este es nuestro propósito, cómo lo hacemos? Y a partir de aquí analizar cómo estamos, si tenemos las condiciones ideales o no. Esto es algo que vamos a vivir el curso que viene.
Sobre la LOMLOE: “Por primera vez hace el encargo explícito de procurar el desarrollo emocional del alumnado, pero mi sensación es ambivalente”
¿Le gusta la nueva Ley de Educación?
Podemos celebrar algo muy importante de nuestra nueva ley educativa, la LOMLOE: por primera vez hace el encargo explícito de procurar competencias emocionales al alumnado, más allá de lo académico. Esto está muy bien, pero ¿qué pasa? Que no hay un despliegue curricular al respecto ni un espacio asignado en el que llevar a cabo este propósito. Por lo tanto, estamos en un momento en que hemos avanzado lo suficiente como para poner negro sobre blanco que en las escuelas debemos ocuparnos del desarrollo emocional del alumnado, pero la falta del despliegue curricular y del espacio horario y de todo lo que realmente hace falta deja en manos de la voluntad y la capacidad de los centros educativos que este despliegue sea tan ideal como lo hemos planteado o no. De momento mi sensación es ambivalente: estoy muy contenta porque de la ley contempla el desarrollo emocional y también a la expectativa de que no solo sea ‘tenemos estos objetivos’ sino ‘mirad, hemos desplegado el currículum y se tiene que trabajar en este horario y de esta forma’.
Los docentes son referentes para el desarrollo emocional del alumnado. ¿Cómo motivas al profesorado desmotivado?
En términos generales y centrados en la escuela, no hay nada más motivante para un docente que conectar con el propósito que persigue la educación, que es algo súper inspirador: acompañar al alumnado a convertirse en lo que un día llegarán a ser. Esta idea tan potente es de por sí absolutamente un motor. Por lo tanto, si tenemos al profesorado falto de motivación es señal de que en su día a día no están llevando a cabo su misión, por la razón que sea. Para motivar al profesorado propongo, en primer lugar, reconocer esa finalidad tan inspiradora y, en este sentido, haber escogido la educación como vocación es clave. Hay que reconocer, recordar, no perder de vista por qué me dedico a esto. En segundo lugar, hay que dotar al profesorado de recursos y estrategias para vivir porque el desgaste emocional correlaciona con la desmotivación. También considero importante favorecer las condiciones necesarias para que puedan disfrutar de sus alumnos y de sus enseñanzas, y poder así expresar sus fortalezas, su pasión, su creatividad en el aula, etcétera. Precisa más tiempo para experimentar y para formarse; parar un poco esta tendencia a burocratizar y medir todo lo que pasa en el aula. Al final, el docente es feliz siendo docente.
“Cambiamos la cultura del centro, el clima, lo cambiamos todo a través del trabajo de las competencias emocionales”
Póngame un ejemplo de un pequeño cambio que haya conseguido un gran avance.
Sí, es personal y es lo que a mí me abrió al mundo de la educación emocional. Hace entre ocho y diez años, cuando trabajaba en la Escuela Pia Sarrià de Barcelona, estábamos trabajando con alumnado que se preparaba para la prueba de acceso a grado superior, cuando antes existía aún la prueba de acceso. Nos vimos en una situación insostenible, el clima era horrible, las discusiones era continuas, había un malestar profundo tanto entre docentes como entre el alumnado, un rendimiento académico pésimo… Un día a día muy costoso en el que te veías con incapacidad para dar con la solución. En estas condiciones que nos dimos cuenta de que nuestro alumnado no tenía un problema específico de competencias académicas sino emocionales y empezamos a desplegar un programa para trabajar las competencias emocionales del alumnado. Con el tiempo experimentamos lo que casi era increíble de creer antes de empezar. Poco a poco, el clima emocional del aula cambió, las relaciones entre alumnos y entre alumnos y profesorado mejoraron, los resultados académicos cambiaron, las incidencias y expulsiones bajaron… Cambiamos la cultura del centro, cambiamos el clima, lo cambiamos todo a través del trabajo de las competencias emocionales.
¿En qué falla el sistema educativo de España?
Prefiero decir que hay margen de mejora. Nuestro sistema educativo tiene mucho valor. Desde la perspectiva de la educación emocional, me pregunto por qué no se forma al profesorado en este campo si sabemos que un buen desarrollo emocional logra una experiencia profesional más satisfactoria. También me pregunto, si sabemos que la vocación es tan importante para mantener una buena motivación, por qué no existe un grado para ser docente de Secundaria y Bachillerato, igual que ya lo existe para los y las maestras de Infantil y Primaria.
“La inclusión es el perfecto ejemplo de cómo una buena idea se convierte en muy mala idea cuando se aplica sin los recursos necesarios”
¿La inclusión es una utopía?
Desde mi punto de vista, la inclusión, al igual que la educación, no es una utopía. Ni una cosa ni la otra son ideales no realizables, pero sí realidades sumamente complejas. El planteamiento de la inclusión es súper luminoso y muy adecuado, pero es el perfecto ejemplo de cómo una buena idea se convierte en muy mala idea cuando se aplica sin los recursos necesarios. Estamos muy lejos de contar con la formación y los recursos humanos necesarios para que la inclusión sea buena para el alumnado y sostenible para el profesional. A un sistema ya sobrecargado de por sí, una exigencia de estas características, sin recursos, le perjudica más que le beneficia.
¿Qué consejos daría para trabajar la competencia emocional en familia?
Básicamente, abrirse a la experiencia emocional entera de sus hijos, tanto lo agradable como lo desagradable, es decir, entender que la vivencia emocional es siempre legítima, y que sus hijos viven emociones, que son agradables y otras desagradables, y que esto no las convierte en emociones buenas y malas, que vale la pena ayudarles a ser conscientes, que vale la pena hablar de ello con ellos. Como adultos, vale la pena expresar también nuestra conciencia de cómo nos sentimos sin etiquetar las emociones como buenas y malas. A partir de aquí, implicarse en estrategias de regulación emocional, o sea, procurar que nuestros hijos e hijas en su día a día pongan en marcha actividades de descarga, que hagan deporte; que tengan momentos de calma; que tengan actividades donde expresar sus fortalezas -más allá de las académicas- para construir una autoestima positiva, actividades variadas, en grupo; procurar que nuestros hijos e hijas establezcan buenas relaciones con nosotros y vivan actividades con otros como ellos; e intentar que desde muy chiquitines, en su día a día, haya pequeños proyectos, objetivos y retos que les ilusionen, les apasionen y les permitan expresar sus fortalezas. A esto, añadiría sobre todo no sobreprotegerlos, porque es uno de los grandes hándicaps que creo que tenemos hoy en día. Tenemos que cambiar un poco el chip y, en lugar de evitar que nuestros hijos e hijas vivan adversidades, acompañarlos a crecer a través de ellas.
“En lugar de evitar que nuestros hijos e hijas vivan adversidades, hay que acompañarlos a crecer a través de ellas”
¿A trabajar la frustración también, no?
Claro. Tenemos que pensar que la estructura que utilizan nuestros hijos e hijas para gestionar sus procesos emocionales es el córtex prefrontal y este necesita ser usado para madurar. Si evitamos las adversidades y frustraciones a nuestros hijos e hijas, los errores o las malas decisiones, es decir, si los sobreprotegemos y crecen en un entorno sin normas y límites, no usan la corteza prefrontal, esta no madura. Y si no madura, no lo tienen a punto cuando realmente la vida les pone delante algún reto. Es muy importante acompañarlos en sus decepciones, pero nunca hay que evitar que pasen por ellas.