Fuente : Seminario Mayor de Córdoba
Lucas 9, 11-17
Hoy celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, solemnidad en la que toda la atención de nuestra mirada y nuestro corazón se centra en la Eucaristía. En ese pan y vino que, luego de ser consagrados, son la manifestación plena de la verdadera presencia de Jesús, en su cuerpo y en sangre.
Es por esta razón que hoy la Iglesia nos propone rezar con este pasaje del Evangelio de Lucas. En él encontramos a Jesús enseñando acerca del Reino de Dios y curando a los enfermos, la preocupación de los discípulos por la gente, que piden a su Maestro que los envíe a los poblados por alimento y alojamiento, y al gentío que, según parece, no tiene ningún interés en separarse de Jesús.
Jesús recibe el pan y los peces que le ofrecen y los multiplica, llevando alimento a cada uno de los que se quedaron a escucharle. Habiendo alimentado sus almas con el anuncio del Reino, en su infinita bondad, alimenta también sus cuerpos. Esto lo podemos relacionar también con esta conmemoración que celebramos hoy: Jesús se hace pan y llega a todos, grandes y niños, hombres y mujeres, sin excluir a nadie. Él se da a nosotros, se ofrece como alimento espiritual que colma todas nuestras necesidades.
Este es el sentido que tiene para la Iglesia celebrar la solemnidad del Santísimo cuerpo y Sangre de Cristo. En este contexto, es sumamente necesario poder reconocer la verdadera presencia de Jesús en la Eucaristía, el de creer que, aun bajo la forma de pan, nuestro señor se encuentra allí, ofreciéndose como alimento para todo el que quiera acudir a su encuentro, acercarse a aquél que, como dice el papa Francisco, siempre no primerea.
Es interesante también poder admitir que esta presencia de Jesús se encuentra tanto en la celebración de la Eucaristía a la que asistimos hoy, como en cada una de las celebraciones que toda la Iglesia celebra, incluso la que se celebra en el último rincón del planeta. Ya que nosotros los cristianos sabemos que la Eucaristía es la fuente y culmen de nuestra vida. Por eso, cada vez que nos acerquemos a Misa, o participemos de una adoración, tenemos que recordar y reconocer a Jesús en ese pedacito de Pan consagrado.
La Eucaristía, es el regalo y el don más preciado que Jesús nos quiso dejar. Así como la multitud no se quiso separar de Jesús, aun cayendo el día, es importante destacar que no estamos solos, sino que Jesús, al comulgar, se queda en nosotros y se hace uno con nosotros.
Pero no podemos dejar pasar por alto un detalle hermoso. Dice el texto:
“Después Jesús tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente.”
Acá aparece alguien más: el Padre, que está en el cielo. Que es el que nos envió a su Hijo para que creamos. Que detalle tiene el evangelista al remarcar la necesidad del Padre en toda buena acción y dejar entrever la acción de la inseparable Trinidad. Y justamente hoy, que celebramos el día del padre, podemos pedir a Dios Padre, que todos los padres sean reflejo suyo. Para que cada vez que un hijo tenga necesidad de una palabra de aliento, un consejo o simplemente un abrazo, recurra a su padre, como nosotros recurrimos a Dios Padre en cada momento, y confiados plenamente en que atiende a nuestros pedidos. Es así, de esta manera plena y total, como nos abandonamos en su amor, cuidado e inmensa misericordia.
Que Dios Padre, bendiga a todos los padres en su día. Y que María de Loreto nos haga cada vez más atentos a las necesidades de nuestros hermanos.