Compartimos la Homilía de nuestro Arzobispo Monseñor Carlos José Ñáñez en este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario celebrado en la Parroquia Nuestra Señora Madre de Dios y de la Iglesia de Barrio Las Palmas de nuestra ciudad de Córdoba.
Homilía para la Misa radial (18. 10. 20)
En sintonía con la utilización de las nuevas tecnologías, se suele hablar de los “tips”, que serían una especie de indicaciones o sugerencias que orientan una determinada reflexión o acción.
Hoy, por tanto, quisiera proponer algunos “tips” o sugerencias para nuestra reflexión en torno a la Palabra de Dios que acabamos de escuchar y en relación con la conmemoración del “día de la madre”, en este escenario particular que nos presenta la pandemia del coronavirus.
El “día de la madre” representa una conmemoración cara a nuestros afectos. Nuestro corazón se llena de recuerdos, en general gratos, y brotan sentimientos de reconocimiento, de agradecimiento y cariño. No es casual que celebremos esta Eucaristía dominical en esta parroquia que honra a la Santísima Virgen María con este doble título: “Madre de Dios y Madre de la Iglesia”.
El título de “Madre de Dios” atribuido a María Santísima, significa que ella es madre del Hijo único de Dios que se encarnó en su seno. Hay un solo Jesucristo, Hijo de Dios y hombre verdadero. María no es la madre de la naturaleza divina, pero la maternidad dice relación a la persona, y en Jesucristo hay una doble naturaleza y una sola persona, la divina. El Hijo único de Dios, sin dejar de ser Dios, asumió nuestra naturaleza humana en el seno de María Virgen. Por este motivo, sobre todo a partir del concilio ecuménico de Éfeso, celebrado en el año 431, la Iglesia honra a María con este título “Madre de Dios”, la “Theotokos”, como dicen los cristianos de Oriente asumiendo ese término griego.
Durante la celebración del concilio ecuménico Vaticano II, el Papa San Pablo VI proclamó a María como “Madre de la Iglesia”. La Madre de Jesucristo es también la madre de todos los que integramos el cuerpo místico de Cristo, de todos los bautizados, pastores, consagrados y laicos. Todos y cada uno la podemos invocar como madre nuestra. Jesús antes de morir sobre la cruz, nos confió a su cuidado. “Ahí tienes a tu hijo”. En el discípulo amado estábamos todos representados.
La maternidad es una realidad que honra a toda mujer. No se trata de un hecho puramente biológico, sino que es ante todo un acontecimiento espiritual. Por eso, aun las que no han engendrado en su seno, pueden tener en su corazón y en su vida sentimientos y actitudes verdaderamente maternales.
Por cierto, hay que desterrar los abusos que a veces convierten en madres a mujeres que no son más que niñas o adolescentes. También es importante no asumir actitudes irresponsables respecto a la maternidad en cualquier edad de la mujer.
Debemos hablar de paternidad y maternidad responsables. La solución frente a maternidades no deseadas no es el aborto, porque vale toda vida, sobre todo cuando es frágil e indefensa.
Frente a esas maternidades no deseadas habrá que buscar otros caminos que resguarden toda vida. Una de las posibles soluciones sería agilizar la ley de adopción para permitir, con todos los recaudos necesarios, que los niños sin hogar puedan ser acogidos por matrimonios y familias bien dispuestas para ello.
Más allá de las situaciones difíciles o dramáticas, hay que señalar con toda nitidez que la maternidad es un don que humaniza, al engendrado, ante todo, que desde el seno de su madre entabla con ella un diálogo precioso y secreto a la vez, y a la madre gestante, cuya vida queda referida de un modo especial al niño por nacer, que es nada menos que “su” hijo. Este don que humaniza a la gestante y al gestado, también enriquece y ennoblece a toda la sociedad, humanizándola.
La mujer, toda mujer, como madre desde el corazón es una cuidadora incondicional y cariñosa de la vida, de toda vida. La pandemia en curso y sus dolorosas consecuencias ha puesto de relieve esta característica, este don de la mujer, en tantas abuelas, esposas, madres, novias, hermanas, médicas, enfermeras y colaboradoras con los agentes sanitarios.
La mujer humaniza la vida, especialmente, en las circunstancias difíciles. Para ellas, nuevamente todo nuestro reconocimiento, nuestro cariño y nuestra perenne gratitud.
En la primera lectura de la Palabra de Dios aparece la figura de Ciro, rey de los persas. Un pagano, que no pertenece al pueblo de Israel, que no conoce al Dios de Israel, pero que colabora con sus planes providenciales, permitiendo el regreso de los exiliados en Babilonia a la tierra santa y permitiendo la reconstrucción del templo de Jerusalén.
Dios es único y detrás de los acontecimientos decididos por los hombres lleva adelante la historia de la salvación de todos. Así como Ciro contribuye con la continuidad de esa historia, así también el Imperio Romano cooperará con las circunstancias del nacimiento del salvador, al decretar un censo que ocasiona que Jesús nazca en Belén, la ciudad de David; otro tanto con los hechos que significaron la concreción del misterio pascual de Jesús, en Jerusalén; también con la primera difusión del evangelio, por la unidad y la paz reinante en el imperio; y, paradójicamente, con el crecimiento del cristianismo en medio de las persecuciones. El martirio de muchos discípulos de Jesús fue semilla de más cristianos, como decía un escritor de los primeros siglos.
En la segunda lectura, san Pablo señala y alaba la adhesión de los tesalonicenses a la predicación del apóstol. Esa adhesión se ha hecho patente en su fe y su confianza en Dios. Una fe que obra por la caridad y se muestra en sus obras. Una fe que se abre a la esperanza y a los designios providenciales de Dios nuestro Señor.
El evangelio, por su parte, nos presenta una nueva discusión de Jesús con los principales del pueblo, que poco a poco se van transformando en sus adversarios. En esta ocasión se alían fariseos y herodianos para tender una trampa al Señor.
Comienzan adulándolo. Sus palabras no son sinceras, pero de todas maneras no dejan de señalar verdades respecto del Señor Jesús, de su integridad y honestidad.
Si a la pregunta sobre la licitud de pagar los impuestos, Jesús responde afirmativamente, los fariseos lo podrían acusar de colaborar con el poder dominante, un poder extranjero e idólatra. Si contesta negativamente, los herodianos podrían acusarlo de subversivo, de recomendar no pagar los impuestos. Cabe destacar que esa fue una de las acusaciones ante Pilato (cfr. Lc 23, 1-2). En apariencia, entonces, estamos ante la trampa “perfecta”.
La respuesta de Jesús evita la trampa y desconcierta a sus interlocutores. Ellos preguntan sobre la licitud de pagar los impuestos. El Señor afirma la primacía de Dios sobre todos.
Como creaturas suyas, llevamos inscripta en nosotros su imagen. Debemos honrar la imagen divina que somos con nuestra conducta íntegra en nuestro proceder y en nuestra relación con los demás. A Dios se le debe toda nuestra lealtad. Por tanto, “den a Dios lo que es de Dios”. Y, en caso de conflicto, es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres, como dicen los apóstoles ante el Sanedrín (cfr. Hech 4, 19).
La moneda que usan los interlocutores de Jesús lleva la imagen del César, cuya autoridad ellos de hecho están reconociendo. Jesús señala la legitimidad de la autoridad política en su ámbito, es decir, en la preocupación que debe tener por gestionar el bien común, que es la responsabilidad de toda autoridad pública.
Las leyes justas, aunque sean dictadas por no cristianos o no creyentes, obligan a todos los ciudadanos. El lícito, por tanto, pagar los impuestos: “den al César, lo que es del César”.
La autoridad en la sociedad no es absoluta, ni es para dominar a las personas, sino para su servicio. Es el servicio el que legitima toda autoridad. Es el desafío de toda autoridad, ejercitarse sinceramente en el servicio al bien común, al bien de todos, y evitar permanentemente la tentación del poder autorreferencial, que muchas veces termina cediendo al abuso y a la corrupción.
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La celebración del “día de la madre” y el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo deben ser un estímulo para nuestra reflexión y para orientar nuestro proceder:
- Para renovarnos en nuestro aprecio y valoración del don de la maternidad en toda mujer, honrándola en su condición de tal.
- Para reconocer cómo Dios conduce los acontecimientos de la historia a través de caminos insospechados, pero siempre providenciales y fecundos como tales. Es oportuno reafirmar esta convicción en los momentos difíciles que atravesamos como sociedad global y nacional.
- Para vivir nuestra vida cristiana como una adhesión cordial y siempre fiel al evangelio de Jesús, recibido a través de la predicación de la Iglesia. Más aún, como una relación personal con Jesús que nos ofrece su amistad, su intimidad, que nos invita a participar del banquete que comienza en esta vida y llega a su plenitud en la vida eterna, como meditábamos el domingo pasado.
- Para vivir nuestra vida cristiana con la conciencia plena de la primacía de Dios, a Quien debemos adherir incondicionalmente.
- Para observar con sencillez y lealtad nuestras obligaciones como ciudadanos de este mundo. En el caso concreto de nuestra Patria, observando sobre todo la ley fundamental, la Constitución nacional y las leyes justas. Un buen cristiano, debe llegar a ser también un buen ciudadano.
A María nuestra Madre le encomendamos nuestras madres. A las que ´caminan con nosotros, para que el Señor las bendiga con abundancia y recompense con creces todos sus desvelos; y a las que ya no están con nosotros, para que Dios nuestro Padre las tenga junto a sí y corone todos sus méritos con el don de la vida eterna.
A María Santísima le encomendamos también nuestra querida y sufrida Patria, pidiéndole que le alcance de la mano bondadosa de Dios bendiciones y paz abundantes. ¡Que así sea!
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
Fuente: Arquidiócesis de Córdoba