Inician el ciclo lectivo 2021 más de un millón de alumnos en Córdoba. Los expertos piden bajar las expectativas y no pensar que “todo vuelve a la normalidad”.
Después de un año de escuelas cerradas, de educación virtual, de hábitos flexibilizados, de pérdida de seres queridos, de aprendizajes menguados, de dificultades con la conectividad, de desigualdades, de temores y de aulas vacías, comienza un ciclo lectivo que quedará marcado para la historia como el “año del regreso”.
Parece increíble, pero entre marzo de 2020 y marzo 2021 pasó una pandemia que ya dejó más de 50 mil muertos en el país, además de confusión, tristezas, problemas económicos, sociales y psicológicos.
En este contexto, hoy más de un millón de alumnos de todos los niveles comienzan las clases bimodales (remotas y presenciales) en la provincia de Córdoba, para sumarse a los más de 120 mil docentes y agentes educativos con diversas funciones, que se reintegraron a sus actividades el pasado 17 de febrero.
El retorno aparece como “un nuevo comienzo” con muchas expectativas e ilusiones, pero también con un trabajo inédito.
Por primera vez en la historia de la educación argentina, el sistema será mixto, bajo protocolos sanitarios y con variantes en cada escuela, según el contexto, la cantidad de alumnos y la infraestructura disponible, entre tantas otras cosas. ¿Cómo encarar este año atípico, sin excederse en las expectativas ni creer que esta “seminormalidad” de asistir a la escuela llegó para quedarse?
“Es importante tanto para las familias, como para las niñas, niños y adolescentes cargar en la mochila palabras como ‘por ahora’, ‘tal vez’, ‘vamos a probar’ o ‘recalculando’ y dejar afuera de la mochila palabras como ‘normalidad’, ‘largo plazo’, ‘certezas’, ‘esto es seguro’”, plantea Liliana Maltz, licenciada en Ciencias de la Educación y capacitadora en espacios docentes y comunitarios.
La idea –apunta– es anticipar a los chicos que a la alegría del reencuentro se le sumarán nuevos formatos escolares y medidas de seguridad y precaución para evitar contagios. ”Fundamentalmente, poner en valor el cuidarse y el cuidar al otro en ese cuidado”, refiere Maltz.
Maltz sostiene que hay que evitar los “versus binómicos, dicotómicos” para trabajar todos en el cuidado de lo colectivo. “En ese punto, hay una idea potente que es no ir con ‘enlatados’ y sí con ‘enlazados’. Es decir, no ir con ‘enlatados’ en términos de formatos que no consideren la situación, la realidad y las necesidades de cada escuela, aula o familia, y sí con ‘enlazados’, con formatos posibles, no ideales que garanticen, fundamentalmente, el derecho a la educación, el derecho a la conectividad y el derecho a la salud. Y que se puedan promover rondas entre familias y escuelas enlazándose y poniéndose en el centro el cuidado de quienes participan de la vida escolar”, subraya Maltz.
Qué nos pasó
La psicóloga Claudia Torcomian sostiene que reconectar con las aulas presenciales genera diversidad de emociones que requieren analizar las experiencias de la educación virtual.
El Observatorio de Aprendizaje y el Servicio de Crianzas Saludables (Socs) de la Facultad de Psicología de la UNC llevó adelante el año pasado, junto con otras instituciones de Córdoba, un seguimiento al proceso de virtualización, sus vivencias y derivaciones.
“El dispositivo escolar moderno basado en las coordenadas de tiempo, espacio y evaluación entraron en crisis durante el 2020. Siempre, la concurrencia a espacios determinados, ‘la escuela’, ‘la facultad’, organizaban el tiempo de la vida cotidiana. La vida familiar de niños, niñas, adolescentes y jóvenes giraba en torno al calendario académico y al espacio escuela”, explica Torcomian.
Sin asistencia a las aulas, el tiempo diario se desorganizó. “Las noches eran momentos de navegación en busca de nuevos horizontes y las mañanas tiempo de descanso. La búsqueda de privacidad desorganizó la regulación del tiempo de la vida adolescente”, asegura la psicóloga.
“La escuela en casa”, se sabe, presentó dificultades y puso en la escena pública la situación de los sectores sociales más desfavorecidos, con escasos recursos tecnológicos y de conectividad. El aislamiento social, además, rompió con la idea de que la escuela es “un lugar”, un espacio.
La pandemia también puso blanco sobre negro y visibilizó con más fuerza la necesidad de una “escuela nueva”, con formatos innovadores y acordes al siglo 21. Obligó a ensayar una transformación en poco tiempo.
“Al romper con aquello que venía establecido obliga a experimentar y a buscar opciones para concretar los procesos educativos. En ese sentido, mucho de lo ocurrido puede ser una oportunidad”, dice Torcomian.
De hecho, la innovación, la flexibilidad y la creatividad fueron una marca de identidad del año pasado. Pero, eso sí, la escuela no llegó a todos.
“Sabemos por las estadísticas de monitoreo que un número significativo de niños y niñas en edad escolar estuvieron ausentes de nuevas formas. Otros, por primera vez, disfrutaron estar en casa con sus familias y rescataban en la primera etapa de aislamiento esta oportunidad. Dejaron de correr a tomar el colectivo, se conectaban en pijamas y sin peinarse. Nuevos placeres ponían en valor ‘la escuela en casa’”, resume Torcomian.
A la vez, chicos de todas las edades comenzaron a manifestar que extrañaban el encuentro, la comunidad y la escuela (que un año atrás no valoraban tanto), mientras –advierte la psicóloga– muchos sufrieron el ensimismamiento o situaciones de doble burbuja, en casa y en la habitación, conectados con juegos y, a la vez, desconectados.
Con el paso de los meses, los adolescentes demandaban encuentros presenciales, a la vez que apagaban sus cámaras en clase generando la duda: ¿estaban presentes o ausentes?
“Si bien esto no es diferente a estudiantes desconectados/conectados en la presencialidad, la falta de encuentro preocupaba a docentes y familias. La incógnita provoca sensación de vacío subjetivo y angustia. Los tiempos se relajaron y el dispositivo de control escolar instituido perdía gradualmente efecto con las definiciones externas referidas a asistencia y evaluación”, opina Torcomian.
Cuánto se aprendió
El monitoreo de la Facultad de Psicología recabó voces de estudiantes de secundaria que expresaban que en 2020 lo pasaron “sin aprender nada”. “No me quedó nada de nada”, aseguró un alumno.
En la calle, los adolescentes, en general, tenían la misma sensación. “Me da miedo llegar a la universidad y no estar preparada después de un año en la virtualidad en el que se aprendió muy poco”, apuntó Catalina Vargas, egresada de la primera promoción virtual de la historia. .
El Observatorio también recogió las voces de maestros y profesores donde se advierte el dilema recurrente entre calidad y cantidad de trabajo.
“La fractura del dispositivo escolar presencial sufrió la fractura de tres coordenadas sobre las cuales se monta: espacio, tiempo y evaluación. Su transformación derivó en innovación y también en desconexión acompañado de desgranamiento”, resume Torcomian.
Se estima que en Córdoba, unos 139 mil estudiantes se desconectaron de la escuela el año pasado; y alrededor de un millón y medio en el país.
Un debate político y social
Volver a clases presenciales se convirtió el año pasado en un debate social y de política partidaria. La discusión pedagógica quedó al margen porque en la coyuntura. Y ante la urgencia, cada escuela-docente-familia-alumno hizo lo que pudo.
“Los especialistas en educación y en derechos de infancias y adolescencias sabemos que para reducir las consecuencias del desgranamiento escolar y promover la llegada de la educación a todos y todas es imprescindible volver a la escuela”, asegura Torcomian.
La cuestión es cómo hacerlo, en un contexto de emergencia sanitaria. La clave parece estar en nuevas y ajustadas planificaciones y trabajo en equipo, con el acompañamiento de profesionales de distintas áreas.
La tarea no es fácil porque en un marco de angustia e incertidumbre, los docentes, admiten que se debaten entre el miedo, los riesgos y la responsabilidad frente a la oportunidad de generar una escuela nueva y mejor.
“En este contexto, en el regreso, antes que atosigar a los alumnos con contenidos, hay que dar lugar a los miedos, a los sinsabores, alojar a quien perdió a un familiar, dar lugar a los temores de las familias. Es parte de lo que hay que aprender y no arremeter con todo lo curricular; darnos un tiempo para compartir el año que pasó que fue muy complejo”, concluye Liliana Maltz.
Fuente: La Voz