Cecilia Gili
Lic. Comunicación Social
Esp. Comunicación Institucional
El compromiso organizacional existe cuando se adhiere a una identidad, cuando se elige ser parte de un “nosotros” y compartir la cultura de la escuela. Si generamos espacios para desarrollar valor colectivo, los actores institucionales serán partícipes activos del proyecto educativo y parte de una cultura viva que no sólo se define en palabras, sino que se experimenta.
La cultura de la participación parte de la idea que el pensamiento en red naturalmente agrega mucho valor a la organización. El entretejido da por resultado un excedente cognitivo con mucho potencial. Sin embargo, es una acción que debe ser gestionada con planificación, no puede tratarse de una intervención improvisada.
Desde la infancia y las estructuras sociales aprendidas, estamos acostumbrados a pensar en términos dicotómicos: control o descontrol, centralización o apertura. Y ello, a su vez, en escala de valores: qué está bien y qué está mal. Con estas variables, podemos considerar que el control es indiscutiblemente efectivo o trágicamente restrictivo. Lo cierto es que en las instituciones educativas se necesita del control y se necesita de las jerarquías, pero es importante identificar cómo se gestiona con estos atributos, convirtiendo la pregunta “cómo controlo” en “cómo lo aprovecho”.
Desde esta perspectiva, podemos pensar en grados de participación, donde definamos qué espacios abrir y para qué generar el intercambio, de modo que la acción colaborativa no sea la suma de ideas sino la construcción de una propuesta de valor que se multiplica en comunidad de conocimiento, producción y aprendizaje.
Es necesario comprender que muchos espacios de participación se generan fuera de la organización, donde se experimenta el libre debate y el intercambio de opiniones facilitado por las herramientas digitales que reúnen y fortalecen estos espacios de discusión.
Aquella dinámica de participación que encuentra lugar fuera de la escuela, es una experiencia que los colaboradores luego desean desarrollar dentro de la institución. Las conversaciones que se generan, construyen una sensación de participación que se halla frustrada cuando la organización no brinda los espacios para ello, lo que genera un clima institucional desfavorable y una visión de liderazgo dominante, sin lugar a la mejora que se desprende del pensamiento en red.
Gestionar la participación nos invita a preguntarnos dónde se puede abrir a la intervención; para qué queremos que la gente participe; en qué momento o instancia del proyecto abriremos a la participación; durante cuánto tiempo; quiénes y en qué contexto realizarán sus aportes.
No se trata de una apertura vacía, sino que la cultura colaborativa debe ser planificada y progresiva porque es necesario preparar los escenarios de participación: no todas las instituciones están preparadas para generar espacios de intercambio y no todo directivo está dispuesto a tomar esa decisión de liderazgo. Participación y confianza son dos caras de la misma moneda. La participación es un proceso, un aprendizaje mutuo, una prueba de valoración del otro. No se logra de un día para el otro y más aún cuando la lógica anterior tal vez era la del silencio, unidirección o mandato.
Para hacerlo, es necesario dar la palabra, escuchar, lograr que la gente participe y que se generen proyectos para ser verdaderamente gestionados por quienes los proponen. Se trata de abrir al diálogo y al consenso, poner en común las ideas para optimizarlas, comprendiendo que las buenas ideas pueden venir de cualquier lado dentro de la organización, que no se trata de jerarquías sino del valor que cada uno desde su experiencia puede aportar. El desafío es encontrarse en lo diverso, articular las diferencias potenciando la inteligencia colectiva.
El corazón de la cultura participativa es el interés genuino en las ideas de los colaboradores. Es un acto de confianza, es valorar al otro, empoderar su experiencia. Los espacios de participación son una invitación a poner en servicio el don de cada uno, es comprender que el otro es mi complemento.
Muchas veces escuchamos hablar sobre la soledad de la gestión directiva y es necesario preguntarse si se trata de una condición de la tarea o si es una construcción propia que en algunos puntos puede establecer diferentes grados de acompañamiento de los colaboradores.
Abrir espacios de participación es una oportunidad para enriquecer la gestión, generar valor desde adentro, compartir lo que hemos recibido. Estamos llamados a ser junto a otros y a poner en común nuestros carismas al servicio de la misión evangelizadora y educadora que vocacionalmente nos une.