• Día del EDUCADOR CATÓLICO

  • Santa Misa: Solemnidad de Corpus Crhisti

  • UBP + JAEC Conocé los beneficios a los que podés acceder

  • ¡Tu Pueblo te espera!

Best For Your Success.

Innovative Solutions To Move Your Business Forward.

Invest in Our Company and Have Healthy Profits for Long Term

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing.

Horem ipsum dolor consectetuer Lorem ipsum simply dummy orem commodor adip.

Discover More

Horem ipsum dolor consectetuer Lorem ipsum simply dummy orem commodor adip.

Discover More

Horem ipsum dolor consectetuer Lorem ipsum simply dummy orem commodor adip.

Discover More

Grow Customer Relationships Via Technology Solutions.

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing. Horem ipsum dolor consectetuer Lorem ipsum simply dummy orem commodor adip.

Awesome Portfolio

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing.

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing.

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing.

Gordo Novak

Founder/ CEO

Horem ipsum dolor consectetuer adc Lorem ipsum consecte simply dummy orem commodor adipiscing.

Gordo Novak

Founder/ CEO

Latest Articles

We create unique and efficient digital solutions. Horem ipsum dolor consectetuer Horem ipsum dolor consectetuer ipsum orem commodor

Un tiempo que no admite añadiduras

“Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá! No se inquieten por su vida. ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?  El Padre que está en el cielo sabe bien que lo que ustedes necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción”.

Mt 6, 23.27.32-34

Eduardo Casas

Después de más de un año sostenido, el covid ya no es noticia y los ánimos, luego del impacto y del temor inicial, se han visto -en algunos casos- atemperados; otros, se sienten algo cansados por la prolongación de la situación; algunos se han re-adaptados bastante bien a las nuevas condiciones sociales y laborales; e incluso otros, se han establecidos en nuevas zonas de confort.

A muchos las condiciones creadas por la pandemia los ha favorecido y se sienten bastante cómodos con el teletrabajo; la mediación tecnológica; el manejo discrecional del tiempo; el sentir menos la presión de lo presencial, etc.

El “modo pandemia” tiene también sus privilegios. Algunos cambios, como siempre, han favorecido a unos y han perjudicado a otros. Las “burbujas” -toda una metáfora de nuestro modo de accionar en la pandemia- es una contundente imagen de las nuevas cápsulas personales, familiares y sociales que nos hemos creado.

Hay algunos que no advierten que lo que nos pasa tiene que ver, en última instancia, con la posibilidad real de morir. Y si bien, esta posibilidad siempre está -en la condición caduca y mortal de todo ser humano- la cuestión radica en potenciar la capacidad de sentido que cada uno puede desarrollar para comprender, aunque sea un poco más, las cuestiones ineludibles de la vida.

Mientras no tengamos elementos para elaborar, no sólo una respuesta teórica, sino un posicionamiento de sentido y una actitud de vida, no estaremos maduros para enfrentar una enfermedad o cualquier otro aspecto de la existencia.

La fe es una capacidad sobrenatural productora de sentido profundo que permite comprender y aceptar toda la realidad humana: la vida, la muerte, el sufrimiento, la salud, la enfermedad, la angustia, la soledad, la compañía, el amor, la esperanza y todas las realidades que reclaman sentidos existenciales.

Todos estos sentidos convergen en el horizonte trascendente de lo que se llama “el sentido de Dios”, el gran sentido que nos otorga la fe. El cual Jesús lo ha revelado en el Evangelio, mostrándonos a un Dios que no es sólo fuente de vida –“un Dios de vivos y no de muertos” (Lc 20,38)- sino que, a la vez, es Padre.

Quienes creemos en Jesús, contemplamos que en el Evangelio Él otorga gran prioridad de su atención y de su tiempo a los enfermos, a los sufrientes, a los vulnerables y a los excluidos. Ellos eran -para Él- los privilegiados del Reino de Dios, los que con su vida manifestaban que la confianza sólo puede ser puesta en Dios, sobre todo cuando no hay respuesta o salida humana posible.

Jesús, en la Cruz, asumió todas nuestra dolencias, enfermedades, opresiones y muertes. Todas esas realidades son consecuencias del pecado que el Hijo de Dios vino a redimir.

Él mismo dijo ser “la Resurrección y la Vida” (Jn 11,25) y la Palabra de Dios afirma que “por sus heridas hemos sido curados” (Is 53,5). Esas heridas que el Apóstol Tomás tocó abiertas en el cuerpo del Señor resucitado (cf. Jn 20,27).

Jesús glorioso mantiene sus heridas abiertas, y ascendido a los cielos, por toda la eternidad, guarda esas heridas abiertas para hacer comunión con nosotros, heridos de la vida y para mostrar, no sólo que pasó por la Cruz, sino para enseñarnos que la última palabra de esas heridas es la luz de la Resurrección.

Cuando le anunciaron que su amigo Lázaro estaba enfermo dijo que era para la gloria de Dios (cf. Jn 11,4). Por lo tanto, la enfermedad se puede vivir para que la gloria de Dios y para que su actuar se manifiesten en la vida de alguien.

Uno no sabe el propósito de Dios de todo lo que está pasando. Lo que nos dice la Palabra es que “todo ocurre para el bien” (Rm 8,28).

 Si nos preguntamos qué características tiene este momento podríamos decir muchas cosas, solamente destaco lo siguiente:

Éste es un tiempo, no para planificar, ni planear, sino para dar pasos. Los pasos posibles a cada día. “A cada día su aflicción” como dice Jesús en el Evangelio (Mt 6,34). El horizonte no es el que vemos en la planificación, sino el que aún no vemos, el que hay que descubrir y construir como posibilidad.

Es un tiempo para no tener respuestas. Es un tiempo para hacer preguntas y para tener preguntas sin resolver. Preguntas acuciantes, que nos inquietan, que no admitan respuestas hechas.

Es un tiempo para realizar preguntas esenciales, preguntas incómodas y dolorosas. Preguntas que sólo la fe puede responder.

Es un tiempo para dejar de hacer. No simplemente dejar de hacer lo que habitualmente hacíamos sino, fundamentalmente, para dejar hacer a Dios lo que está queriendo hacer. No se trata de inacción, sino de recepción. De recibir lo que se está dando y como se está dando. De no apresurarnos para que las cosas salgan. Es un tiempo de serena prudencia, no de apuros.

Es un tiempo para el duro aprendizaje de saber perder. Cada uno sabrá cuáles son las pérdidas que le ha tocado vivir. En lo que perdemos, también ganamos. Sólo basta descubrirlo.

Es un tiempo donde el servicio adopta la forma de sacrificio. Sacrificio de tiempo; sacrificio de espera; sacrificio por los diversos duelos; sacrificio de los apremios y de las urgencias; sacrificio de las ansiedades; sacrificio de las respuestas inmediatas; sacrificio de las cosas fáciles; sacrificio de lo que no es posible por ahora.

Sin embargo, no es el sacrificio que implica solamente sufrimiento sino, como literalmente, nos enseña la palabra “sacrificio”: es “hacer sagrado”. Es un tiempo para hacer sagrado todo lo que hacemos y lo que tocamos, aunque sea lo más sencillo y humano.

Es un tiempo para romper con el peor de los confinamientos: el del espejismo de sí mismo en el reflejo del propio ego embelesado.

Es un tiempo para discernir cuáles son los más peligrosos contagios sociales que nos han alcanzado: el contagio del individualismo; el contagio de la frivolidad, a pesar de que estamos en un tiempo de austeridad; el contagio de la necedad que no aprende, a pesar de todos los llamados de atención.

Es un tiempo decantando para rezar por todo y por todos. Oración que es confianza en lo que Dios hace. Plegaria por los enfermos, por los contagiados, por los que partieron, por los que siguen luchando.

A este tiempo que vivimos lo hemos calificado de muchas maneras: un tiempo duro, un tiempo complejo, un tiempo de perplejidades; un tiempo de aprendizajes, un tiempo de re-adaptaciones; un tiempo de cambio; un tiempo de esperanza y solidaridad…

El bautismo de este tiempo cada uno lo podrá hacer de acuerdo al modo en cómo lo ha vivido. No somos nosotros los que transitamos esta experiencia, sino que es la experiencia nos transite a nosotros: por el cuerpo, por las emociones, por las preguntas, por los miedos, por el cansancio, por el agobio, por la oración….

No debemos dejar que las cosas simplemente pasen, tenemos que pasar nosotros por las cosas… y debemos quedarnos igual que antes, incluso sintiendo la nostalgia por recuperar cuanto antes todo lo que hacíamos. Nadie a ciencia cierta sabe cuándo terminará esta experiencia. Las probabilidades y las estadísticas, en este caso, sólo son metáforas.

Hay quienes el temor les hace sólo pensar en la preservación de lo que se tenía o de lo que se hacía. Más que preservación, hay que pensar en renovación de aquello que se hacía.

Sea como fuere, para los creyentes, hay un solo modo posible, que no tiene recetas, ni fórmulas, ni indicaciones, sino que consiste en una experiencia única y radical de encuentro con Aquél que ha usado, para sí mismo, esta autodefinición: “soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,8).

Tendremos, entonces, que ponernos seriamente a revisar cuáles son nuestros caminos de verdad para la vida y ver si, en ellos, aparece el Señor.

Si así ocurre este tiempo nos regalará un poco más de sabiduría de vida que podremos compartir con las generaciones venideras.

Algunas preguntas para el discernimiento

  1. ¿Qué otras cualificaciones y características puedes agregar, desde tu experiencia, del tiempo que estamos viviendo?

 

  1. ¿Qué es lo que más te ha costado y qué es lo que más te complacido en este tiempo?

 

  1. ¿Qué promesa a futuro podrías desear para el inmediato tiempo venidero?