Por Gonzalo Plaza, director ejecutivo Fundación 99 y Paula Pinedo, directora ejecutiva EducAraucanía
El 7 de abril se conmemoró el Día de la Educación Rural, en homenaje al natalicio de la poeta y premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral. La destacada maestra conoció profundamente la niñez rural. Esa niñez que hoy sigue enfrentada a grandes desafíos producto de la pandemia, que vino a incrementar las brechas sociales y educacionales que, lamentablemente, han experimentado por décadas, pese a que el 76% de las comunas de nuestro país son rurales.
Según datos del Mineduc, la educación rural atiende a 279.369 estudiantes, un 26% perteneciente a pueblos indígenas, quienes asisten a 3.467 establecimientos a lo largo del país (29,54% del total nacional). En cuanto a la situación socioeconómica de los niños, niñas y jóvenes rurales, el 37,4% de las personas que viven en zonas rurales se encuentran en situación de pobreza multidimensional en comparación al 18,3% de las personas que habitan áreas urbanas.
La pandemia ha puesto en evidencia la falta de conectividad, carencia de dispositivos tecnológicos y falta de recursos educativos específicos a los contextos rurales. Por ejemplo, solo el 10% de los y las estudiantes tiene una buena conexión a Internet, cuestión clave a la hora de entregar soluciones remotas. Esto se suma a las dificultades históricas como la distancia de las escuelas a los centros urbanos (en el caso más extremo, en la comuna de San Gregorio el tiempo promedio en minutos hasta el establecimiento de educación básica más cercano es 117,21 y al de educación media son 556,31) y la falta de formación específica en ruralidad a docentes (8 de cada 10 nunca ha recibido).
Pero pese a las dificultades descritas, el sistema educativo completo tiene mucho que aprender de la educación rural, en términos de convivencia escolar. Las escuelas rurales tienden a ser muy efectivas en acoger las necesidades de las y los estudiantes, pues la enseñanza se da en un ambiente familiar, acogedor y seguro donde existe una buena relación entre los distintos integrantes de la comunidad educativa. Además, logran mantener fuertes vínculos con las comunidades, más allá del establecimiento educacional, convirtiendo a la escuela en el eje del desarrollo de su localidad.
En este contexto, pareciera que la educación rural es terreno fértil para desarrollar las tan mencionadas habilidades del siglo XXI: colaboración, pensamiento crítico, creatividad, ciudadanía, comunicación y autorregulación. La pregunta que surge entonces es cómo entregar las mínimas condiciones para que las escuelas rurales puedan seguir desarrollando un modelo de enseñanza que resuelve algunas de las mayores dificultades de los colegios hoy en día.
He aquí el gran desafío: poner a la educación rural en la lista de las prioridades educativas a nivel de política pública, para modernizarla y generar un modelo autosustentable con recursos fiscales, que entregue las condiciones mínimas para el desarrollo de sus estudiantes. Esto contempla aspectos como conectividad digital, acceso a recursos educativos pertinentes, transporte escolar, oferta curricular valiosa y completa, y formación a directivos y docentes desde el primer nivel educativo hasta la educación media. Esto es esencial para seguir potenciando el desarrollo integral de la niñez que el modelo de enseñanza rural entrega, pero conectándolo con el mundo global y entregándoles herramientas para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
Somos varias las instituciones que estamos trabajando para contribuir al objetivo de fortalecer la calidad de vida en zonas rurales a través de la educación. Nos ponemos todos a disposición de las autoridades para seguir mejorando y potenciando esta educación y así lograr el desarrollo pleno y equitativo de los niños, niñas y jóvenes que viven en la ruralidad.
Gabriela Mistral, sin duda, no es el único tesoro escondido que tiene la ruralidad. Hay muchos más.