La pandemia supuso un antes y un después en nuestra sociedad y los jóvenes son uno de los grupos de población que han visto más afectada su salud en estos últimos años
La Organización Mundial de la Salud define la educación para la salud (EpS) como las “actividades educativas diseñadas para ampliar el conocimiento de la población en relación con la salud y desarrollar los valores, actitudes y habilidades personales que promuevan salud”. En nuestro país se sustenta sobre dos derechos fundamentales: el derecho a la educación y el derecho a la salud, ampliamente reconocidos en nuestro marco constitucional (artículos 27 y 43).
La educación para la salud se trabaja interdisciplinarmente a través de distintas áreas, y a modo de resumen se podría decir que hay tres dimensiones principales que se trabajan en los centros educativos: la alimentación sana, la educación física y la educación emocional, salud mental.
Aprender buenos hábitos de higiene, mantener una alimentación sana y variada con productos y hábitos saludables son factores que se aprenden en casa, pero no siempre, también deben aprenderse en los colegios. La educación para la salud se alcanza construyendo condiciones y haciendo vivir experiencias capaces de beneficiar el proceso evolutivo; es clave también para un buen desarrollo personal.
Por otro lado, la práctica deportiva y la actividad física diaria son hábitos que se ejercitan también en los centros educativos, a través del deporte escolar, o la educación física, pero es evidente que tienen cada vez más importancia también como la lucha contra el sedentarismo y la obesidad infantil, elementos que forman parte de nuestro día a día.
Hay un tercer elemento que debemos tener en cuenta: la salud mental. Es preocupante que nuestros niños y adolescentes tengan cada vez más adicciones: a las redes sociales, a las pantallas, a los videojuegos. Muchas son las consecuencias de estas adicciones, pero lo grave es que cada vez sean más frecuentes y preocupantes en los centros de educación secundaria, entre los adolescentes.
Las autolesiones, los intentos de suicidio, los problemas asociados a la alimentación como la bulimia o anorexia son problemas silenciosos, ocultos, pero con consecuencias dramáticas en la mayoría de los jóvenes que los sufren. Por ello, también hay que educar en lo emocional para tener una buena salud mental, que es clave para un desarrollo educativo y un rendimiento académico óptimo.
La pandemia supuso un antes y un después en nuestra sociedad. Durante el primer año de pandemia, un 6,4% de la población acudió a un profesional de la salud mental por algún tipo de síntoma, un 43,7% por ansiedad y un 35,5% por depresión. Nos encontramos en una situación crítica de aumento de la demanda en la atención a la salud mental y los jóvenes son uno de los grupos de población que han visto más afectada su salud en estos últimos años.
Las nuevas formas de acoso, odio y violencia en las redes, el acceso cada vez más precoz a la pornografía, las nuevas adicciones a las redes sociales y a las apuestas online, etc, requieren que los niños y jóvenes tengan una sólida preparación emocional que les permita interactuar con responsabilidad ante estas nuevas amenazas y conflictos que traen consigo el contexto tecnológico y de pandemia.
Asimismo, es cada vez más frecuente encontrar en los centros educativos cuadros de estrés entre jóvenes y adolescentes, un estrés asociado al nivel de exigencia y auto exigencia por alcanzar una nota alta que les garantice el acceso a la Universidad. De igual modo muchos jóvenes sufren estrés a esa edad por alcanzar la media de rendimiento de sus compañeros y evitar una estigmatización debida al fracaso escolar.
En muchas ocasiones es difícil realizar una detección de estos síntomas puesto que la adolescencia está vinculada a diferentes estados de ánimo. Por ello, es conveniente establecer cauces y facilitar la comunicación con su profesorado y orientadores de los centros con el objetivo de canalizar una guarda y apoyo adecuado para estas situaciones que pueden llegar a provocar serios casos de ansiedad.
Es necesario reforzar como objetivo educativo las capacidades afectivas en todos los ámbitos de la personalidad y en las relaciones con los demás. Pero es fundamental promover la educación emocional en el currículo de todas las etapas educativas, con el objetivo de conseguir una formación integral que incluya entre sus metas educar al estudiantado en el concepto y valor del bienestar emocional, en la prevención y detección temprana de los riesgos de salud mental y buscar las herramientas emocionales necesarias.
Los y las docentes pasan muchas horas en las aulas, viendo actuar e interactuar a sus alumnos. Son testigos preferentes en la detección de problemas, pero en la mayoría de los casos se encuentran sin herramientas. Por ello es esencial su formación, introducir las competencias emocionales en la formación inicial de los docentes y ampliar la oferta de actividades de formación permanente, relacionadas con las competencias clave vinculadas a la educación emocional.
La introducción y refuerzo de esta tercera dimensión dentro de cualquier estrategia para la educación para la salud es prioritaria. La salud mental no ha sido hasta ahora una prioridad en el sistema educativo, por eso hay menos herramientas para tratarlo, para detectar problemas y ayudar a los alumnos y alumnas a afrontar sus problemas. La educación para la salud debe ser abordada integralmente, en todas las etapas educativas, porque en cada edad, hay nuevos retos y nuevos hábitos que trabajar.
En resumen, la salud proporciona bienestar, un equilibrio en nuestras vidas que nos permite mejorar nuestras relaciones sociales, pero en el ámbito educativo, mantener un equilibrio emocional, una buena salud sobre todo mental y hábitos saludables ayuda también a estar en mejores condiciones para el estudio y por tanto tener mejor rendimiento.
Aspiremos a lograr alcanzar el equilibrio que Juvenal introdujo en su famoso aforismo: “mens sana in corpore sano” y para lograrlo, una vez más es necesaria la educación.