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Discurso del Papa Francisco al inicio del Encuentro Mundial de las Familias 2022

El Papa Francisco participó en la inauguración del Encuentro Mundial de las Familias (EMF), que se lleva a cabo del 22 al 26 de junio en las diócesis del mundo.

En Roma, el festival de las familias que dio inicio al EMF 2022 se llevó a cabo por la tarde de este miércoles en el Aula Pablo VI del Vaticano.

A continuación, el discurso pronunciado por el Papa Francisco:

Queridas familias:

Para mí es una gran alegría estar aquí hoy con vosotros, después de los impactantes acontecimientos que, en los últimos tiempos, han marcado nuestras vidas. Primero la pandemia y, ahora, la guerra en Europa, que se añade a otras guerras que afligen a la familia humana.

Agradezco al Cardenal Farrell, al Cardenal De Donatis y a todos los colaboradores del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, así como de la Diócesis de Roma, que con su dedicación han hecho posible este Encuentro.

También quiero dar las gracias a las familias presentes, que han venido de tantas partes del mundo; y en particular a las que nos han regalado sus testimonios: ¡Gracias de corazón! No es fácil hablar ante un público tan grande de la propia vida, de las dificultades o de los dones maravillosos, pero íntimos y personales, que habéis recibido del Señor. Vuestros testimonios han sido como “amplificadores”, habéis dado voz a la experiencia de muchas otras familias en el mundo que, como vosotros, experimentan las mismas alegrías, inquietudes, sufrimientos y esperanzas.

1. “Un paso más” hacia el matrimonio. Os agradezco, Luigi y Serena, que nos hayáis compartido con gran honestidad vuestra experiencia, con sus dificultades y sus aspiraciones. Pienso que sea doloroso para todos lo que habéis contado: “No encontramos una comunidad que nos sostuviera afectuosamente por lo que somos”. Esto es duro. Esto nos debe hacer reflexionar. Debemos convertirnos y caminar como Iglesia, para que nuestras diócesis y parroquias sean cada vez más “comunidades que sostienen a todos con los brazos abiertos”. Es muy necesario en esta cultura de la indiferencia. ¡Es indispensable! Y vosotros, providencialmente, habéis encontrado apoyo en otras familias, que son, de hecho, pequeñas iglesias.

Me sentí muy consolado cuando habéis explicado el motivo que os impulsó a bautizar a vuestros hijos. Habéis dicho una frase muy hermosa: “A pesar de los esfuerzos humanos más nobles, nosotros no nos bastamos”. Es verdad, podemos tener los sueños más hermosos, los ideales más altos, pero al final descubrimos también nuestros límites, que no podemos superar por nosotros mismos, sino sólo abriéndonos al Padre, a su amor, a su gracia. Este es el significado de los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, son la ayuda concreta que Dios nos da para no dejarnos solos, porque “nosotros no nos bastamos”.

Podemos decir que cuando un hombre y una mujer se enamoran, Dios les ofrece un regalo: el matrimonio. Un don maravilloso, que tiene en sí mismo el poder del amor divino: fuerte, duradero, fiel, capaz de recuperarse después de cada fracaso o fragilidad. El matrimonio no es una formalidad que hay que cumplir. Uno no se casa para ser católico “con la etiqueta”, para obedecer a una regla, o porque lo dice la Iglesia o para hacer una fiesta, no; uno se casa porque quiere fundar el matrimonio en el amor de Cristo, que es sólido como una roca. En el matrimonio Cristo se entrega a vosotros, para que vosotros tengáis la fuerza de entregaros mutuamente. Ánimo, pues, ¡la vida familiar no es una misión imposible! Con la gracia del sacramento, Dios la convierte en un viaje maravilloso para emprender con Él, nunca solos. La familia no es un hermoso ideal, inalcanzable en la realidad. Dios garantiza su presencia en el matrimonio y en la familia, no solo en el día de la boda sino durante toda la vida. Y Él os sostiene cada día en vuestro camino.

2. “Un paso más” para abrazar la cruz. Os agradezco a vosotros, Roberto y María Anselma, porque nos habéis contado la conmovedora historia de vuestra familia y, en particular, de Chiara. Nos habéis hablado de la cruz, que forma parte de la vida de cada persona y de cada familia. Y habéis dado testimonio de que la dura cruz de la enfermedad y de la muerte de Chiara no ha destruido a la familia ni ha eliminado la serenidad y la paz de vuestros corazones. Esto también se ve en vuestras miradas. No sois personas abatidas, desesperadas y enfurecidas con la vida, ¡al contrario! Se perciben en vosotros una gran serenidad y una gran fe. Habéis dicho: “La serenidad de Chiara nos ha abierto una ventana a la eternidad”. Ver cómo vivió ella la prueba de la enfermedad os ayudó a levantar la mirada y a no permanecer prisioneros del dolor, sino a abriros a algo más grande: a los designios misteriosos de Dios, a la eternidad, el cielo. ¡Os agradezco este testimonio de fe! También habéis citado esa frase que decía Chiara: «Dios pone la verdad en cada uno de nosotros y no es posible malinterpretarla». En el corazón de Chiara Dios puso la verdad de una vida santa, y por eso ella quiso proteger la vida de su hijo al precio de su misma vida. Y como esposa, junto a su marido, recorrió el camino del Evangelio de la familia de manera sencilla y espontánea. En el corazón de Chiara entró también la verdad de la cruz como don de sí misma, con una vida entregada a su familia, a la Iglesia y al mundo entero. Siempre necesitamos tener grandes ejemplos que nos estimulen. Que Chiara nos sirva de inspiración en nuestro camino de santidad, y que el Señor sostenga y haga fecunda cada cruz que las familias tienen que cargar.

3. “Un paso más” hacia el perdón. Paul y Germaine, habéis tenido la valentía de contarnos la crisis que habéis vivido en vuestro matrimonio. Os lo agradecemos. Porque en el matrimonio están las crisis, y debemos msotrarlas y buscar el camino para resolver. No habéis querido endulzar la realidad con un poco de azúcar, habéis llamado por su nombre a todas las causas de la crisis: la falta de sinceridad, la infidelidad, el mal uso del dinero, los ídolos del poder y de la carrera, el resentimiento acumulado y la dureza del corazón. Mientras hablabais, pienso que todos nosotros hemos revivido la experiencia de dolor que se experimenta frente a situaciones similares de familias divididas. Ver a una familia que se rompe es un drama que no puede dejarnos indiferentes. La sonrisa de los cónyuges desaparece, los hijos están confundidos, la serenidad de todos se desvanece. Y la mayoría de las veces no se sabe qué hacer.

Por eso vuestra historia transmite esperanza. Paul dijo que, justo en el momento más oscuro de la crisis, el Señor respondió al deseo más profundo de su corazón y salvó su matrimonio. Eso es exactamente así. El deseo que hay en lo más profundo del corazón de cada uno es que el amor no se acabe, que la historia construida juntos con la persona amada no llegue a su fin, que los frutos que esta generó no se pierdan. Todos tienen este deseo. Nadie desea un amor a “corto plazo” o a “tiempo determinado”. Y por eso se sufre mucho cuando los fallos, las negligencias y los pecados humanos hacen naufragar un matrimonio. Pero incluso en medio de la tempestad, Dios ve lo que hay en el corazón. Y, providencialmente, vosotros encontrasteis un grupo de laicos que se dedica precisamente a las familias. Ahí comenzó un camino de acercamiento y renovación de vuestra relación. Habéis vuelto a hablaros, a abriros con sinceridad, a reconocer las culpas, a rezar juntos con otras parejas, y todo eso llevó a la reconciliación y al perdón.

El perdón, hermanos y hermanas, cura todas las heridas, es un don que brota de la gracia con la que Cristo colma a la pareja y a toda la familia cuando lo dejamos actuar, cuando recurrimos a Él. Es muy hermoso que hayáis celebrado vuestra “fiesta del perdón” con vuestros hijos, renovando las promesas matrimoniales en la celebración eucarística. Me hizo pensar en la fiesta que el padre organizó para el hijo pródigo en la parábola de Jesús (cf. Lc 15,20-24), solo que esta vez los que se habían perdido eran los padres, no el hijo. Pero también esto es hermoso y puede ser un gran testimonio para los hijos. Porque los hijos, al salir de la infancia, se dan cuenta de que los padres no son unos “súper héroes”, no son omnipotentes y, sobre todo, que no son perfectos. Vuestros hijos han visto en vosotros algo mucho más importante, han visto la humildad de pedirse perdón y la fuerza que habéis recibido del Señor para levantaros de la caída. De esto tienen verdaderamente necesidad. También ellos en su vida se equivocarán y descubrirán que no son perfectos, pero recordarán que el Señor vuelve a levantarnos, que todos somos pecadores perdonados, que debemos pedir perdón a los demás y también que debemos perdonarnos a nosotros mismos. Esta lección que han recibido de vosotros permanecerá en sus corazones para siempre. También a nosotros nos ha hecho bien escucharlos. ¡Gracias por este testimonio de perdón!

4. “Un paso más” hacia la acogida. Os agradezco a vosotros, Iryna y Sofía, vuestro testimonio. Habéis dado voz a tantas personas cuyas vidas se han visto afectadas por la guerra en Ucrania. Vemos en vosotros los rostros y las historias de tantos hombres y mujeres que tuvieron que huir de su tierra. Os agradecemos porque no habéis perdido la confianza en la Providencia, y habéis visto cómo Dios obra en vuestro favor también por medio de personas concretas que os ha hecho encontrar: familias acogedoras, médicos que os han ayudado y tantos otros hombres de buen corazón. La guerra os ha puesto frente al cinismo y a la brutalidad humana, pero también habéis encontrado personas de gran humanidad. ¡Lo peor y lo mejor del hombre! Es importante para todos no quedarse fijados en lo peor, sino valorar lo mejor, el mucho bien que es capaz de hacer todo ser humano, y volver a partir de allí.

También os agradezco a vosotros, Pietro y Erika, por haber contado vuestra historia y por la generosidad con la que habéis acogido a Iryna y Sofía en vuestra ya numerosa familia. Nos habéis confiado que lo habéis hecho por gratitud a Dios y con un espíritu de fe, como una llamada del Señor. Erika ha dicho que la acogida ha sido una “bendición del cielo”. En efecto, la acogida es precisamente un “carisma” de las familias, ¡y sobre todo de las numerosas! Se piensa que en una casa donde ya son muchos sea más difícil acoger a otros; en cambio, en la realidad no es así, porque las familias con muchos hijos están entrenadas para hacer espacio a los demás.

Y esta, al final, es la dinámica propia de la familia. En la familia se vive una dinámica de acogida, porque sobre todo los esposos se han acogido el uno al otro, como se lo dijeron mutuamente el día del matrimonio: “Yo te recibo a ti”. Y después, trayendo hijos al mundo, han acogido la vida de nuevas criaturas. Y mientras que en los contextos anónimos se suele rechazar al que es más débil, en las familias, en cambio, es natural acogerlo: un hijo con discapacidad, una persona anciana que necesita cuidados, un pariente en dificultad que no tiene a nadie. Esto da esperanza. Las familias son lugares de acogida y qué problema sería si faltaran. Una sociedad sin familias acogedoras se volvería fría e invivible. Son el calor de la sociedad las familias acogedoras y generosas.

5. “Un paso más” hacia la fraternidad. Te agradezco a ti, Zakia, por habernos contado tu historia. Es hermoso y consolador ver que lo que habéis construido juntos, Luca y tú, sigue vivo. Vuestra historia nació y se fundó en el compartir ideales muy altos, que tú has descrito de este modo: «Basamos nuestra familia en el amor auténtico, con respeto, solidaridad y diálogo entre nuestras culturas». Y nada de todo eso se perdió, ni siquiera después de la trágica muerte de Luca. De hecho, no solo el ejemplo y la herencia espiritual de Luca permanecen vivos y hablan a la conciencia de muchos, sino que también la organización que fundó Zakia lleva adelante, en cierto modo, su misión.

Es más, podemos decir que la misión diplomática de Luca se volvió ahora una “misión de paz” de toda la familia. En vuestra historia se ve bien cómo lo que es humano y lo que es religioso pueden entrelazarse y dar frutos bellísimos. En Zakia y Luca encontramos la belleza del amor humano, la pasión por la vida, el altruismo y también la fidelidad al propio credo y a la propia tradición religiosa, fuente de inspiración y de fuerza interior.

En vuestra familia se expresa el ideal de la fraternidad. Además de ser marido y mujer, vosotros habéis vivido como hermanos en humanidad, como hermanos en experiencias religiosas diversas, como hermanos en el compromiso social. También esta es una escuela que se aprende en familia. Viviendo junto al que es diferente a mí, en la familia se aprende a ser hermanos y hermanas. Se aprende a superar divisiones, prejuicios, cerrazones y a construir juntos algo grande y hermoso, partiendo de lo que nos une. Ejemplos vividos de fraternidad, como el de Luca y Zakia, nos dan esperanza y nos hacen mirar con más confianza a nuestro mundo desgarrado por divisiones y enemistades. ¡Gracias por este ejemplo de fraternidad!

Me viene el recuerdo de Luca. Tu mamá que está aquí y te acompaña siempre en el camino. El bien que hacen las suegras a las familias, acompañar. Le agradezco a ella por estar contigo, gracias.

Queridos amigos, cada una de vuestras familias tiene una misión que cumplir en el mundo, un testimonio que dar. Los bautizados, en particular, estamos llamados a ser «un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de Jesucristo y regala a su pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 21). Por eso os propongo que os hagáis esta pregunta: ¿cuál es la palabra que el Señor quiere decir con nuestra vida a las personas que encontramos? ¿Qué “paso más” le pide hoy a nuestra familia? Poneos a la escucha. Dejaos transformar por Él, para que también vosotros podáis transformar el mundo y hacerlo “casa” para quien necesita ser acogido, para quien necesita encontrar a Cristo y sentirse amado. Tenemos que vivir con la mirada puesta en el cielo, como le decían los beatos María y Luis Beltrame Quattrocchi a sus hijos, afrontando las fatigas y las alegrías de la vida “mirando siempre por encima del techo”.

Os agradezco que estéis aquí. Os agradezco el compromiso de sacar adelante a vuestras familias. Y os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí.