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Comprender la sostenibilidad: la educación ambiental en la hoja de ruta del bienestar

La educación ambiental, la economía del conocimiento y la sostenibilidad son parte de un nuevo modelo

En el mes de junio del año pasado fue promulgada la Ley 27.621 “para la implementación de la educación ambiental integral en la República Argentina”.

La misma es tan necesaria como conveniente si pensamos en el futuro y asumimos que hay muchas cosas que debemos cambiar para vivir mejor. Aclaremos que es importante además porque se refiere a la formación de ciudadanos en relación a entender la relación con el ambiente del que somos parte. No hay un medioambiente por un lado y nosotros por el otro.

Los humanos somos parte del medio ambiente, una especie más entre millones de organismos vivos. Nos creemos superiores y dominadores de la naturaleza no por la razón sino por la fuerza, al punto de llegar a depredar nuestro propio hábitat; cosa que no hace ninguna otra especie viva.

Claro que a veces recibimos cachetazos en formas diversas que nos vuelven a la realidad: un huracán, lluvias desmedidas, sequías prolongadas, récords de altas temperaturas, y hasta un virus que deja al descubierto nuestra fragilidad.

La ley de educación ambiental reconoce una serie de principios que son importantes para formar tanto desde el sistema educativo formal como no formal, en todos los niveles y edades a partir de la adopción de un nuevo paradigma, el de Sostenibilidad. En los últimos 200 años por lo menos, hemos visto consolidarse la idea de separación o fragmentación, no solo de elementos sino de dos universos. 

Se entiende, y así fuimos educados a lo largo de mucho tiempo, que el ser humano puede separarse -en acciones y destino- de la naturaleza. En ciencia esta idea de fragmentación o atomización para estudiar y resolver problemas sumada a la convicción acerca de la superioridad humana por sobre todo elemento vivo y no vivo viene de René Descartes (El discurso del método) e Isaac Newton, entre otros.

En las ciencias sociales, particularmente en la económica, esta idea se potenció desde finales del siglo XIX. La economía desde entonces fue abandonando el diálogo con otras ciencias, particularmente con la física y la biología, desentendiendose de los problemas que catalogaría como “externalidades”.

Tomemos un ejemplo simple. Hemos sido formados -particularmente desde la crisis petrolera en los ’70- en el concepto de que producir envases y bolsas plásticas es mejor por lo reducido de sus costos, sin ningún hilo de análisis en sus consecuencias.

Ahora, vemos como los océanos rebalsados de plásticos que destruyen ecosistemas completos, son hoy la verificación empírica sobre la inviabilidad del pensamiento hasta aquí vigente y validado por nuestras conductas.

El cambio climático es la más extrema “externalidad” del modelo de producción y consumo -lineal y basado en combustibles fósiles- que nos hizo sentir una idea de progreso ahora en caída libre.

La ley de educación ambiental podría cambiar estos errores de formación que nos llevaron en algo más de un siglo a poner en muy serio riesgo la sostenibilidad de la vida en el planeta. Fuimos educados para llevar adelante acciones diarias que nos colocaron en el estado actual de no sostenibilidad.

Ahora, debemos educarnos para recuperar un planeta y una forma de vida que revierta el problema y crear condiciones de sostenibilidad tanto ambientales, sociales y económicas. Pero, como advertencia, debemos asegurarnos que no caiga esta herramienta en la frívola retórica política que suele buscar manipulación de temas y personas. Educar es construir ciudadanía no frivolidad sectaria materializada en eslóganes para la ocasión.

¿Por qué debe interesarnos aprender a cuidar la salud del planeta?

Porque de ello depende que tengamos ahora y en el futuro agua, tierra y aire para que la raza humana pueda vivir. Estas, si se quiere, serían las razones biológicas y físicas que fundamentan la necesidad de adoptar la sostenibilidad como nuevo paradigma.

Pero, también están los fundamentos sociales, que comprenden desde ya los económicos y políticos. Estos trascienden un mandato Constitucional (Art. 41 CN) y las leyes que tratan esta temática. Aquí se involucra nuestra forma de vivir el día a día y cómo actuamos frente a recursos disponibles y el ecosistema en que cada grupo vive.

Hemos sido educados en un modelo de producción y consumo de tipo lineal: extraemos recursos, consumimos, y tiramos los residuos. Esto llevó a un sistema donde para crear valor consumimos irracionalmente recursos que no son renovables; consumimos más de lo que realmente necesitamos; contaminamos el ambiente; y finalmente destruimos valor al tirar residuos. Todos los recursos que usamos para producir y luego consumir terminan en la muerte cuando podrían tener una vida mucho más larga.

Desde fines del Siglo XIX hasta ahora nos hemos educado para poder insertarnos en la “sociedad industrial”. Hoy ese mundo agoniza y debemos prepararnos en forma urgente para vivir la “sociedad de conocimiento” que sí tiene un diálogo fructífero con la sostenibilidad. La educación ambiental, la economía del conocimiento y la sostenibilidad son parte de un nuevo modelo que tienen una propuesta capaz de crear valor, eliminar la generación de residuos, evitar la contaminación, crear trabajo, renovar viejas industrias y crear nuevas: se llama Economía Circular.