Fuente: La Nación, Marzo 2020 – Ver artículo original
Pensemos a la Argentina como una maratonista en una competencia a 20 años. Para prepararla, los políticos trazan un plan de acción, los empresarios fabrican el equipo de running y el sistema educativo se encarga de ponerla en plena forma. Llega el día, enero de 2000, y se encuentra ante 4 competidoras: Chile, Uruguay, Perú y Brasil. Para determinar a la ganadora se calculó la variación del PBI per cápita durante 20 años, a diciembre de 2019. Para aventar sospechas, de esto se encargó la Cepal.
Mediando la competencia, fines de 2010, lidera Perú seguida por Chile. Uruguay y Brasil tras la trasandina, casi a la par. En cuanto a la Argentina, tuvo una partida en falso, consecuencia de la crisis de 2001, pero busca recuperarse. Sin embargo, justo allí, a diez años de la largada, parece perder el rumbo. Finalizada la competencia, Perú, que creció 98%, fue la vencedora. La siguió Chile, 73%. Uruguay bien cerquita, 65%. Brasil no lo hizo mal, pero lejos de las primeras, 29%. ¿Y la Argentina? Retrocedió un 2,5%. No solo no creció sino que destruyó riqueza. ¿Qué ocurrió?
Revisando la historia nos dimos cuenta de que la Argentina no contó con instituciones sólidas para entrenar, los políticos erraron el plan de carrera, y la industria, segura de permanecer protegida, diseñó una indumentaria poco acorde con una competencia moderna. ¿Y la educación? La educación volvió a presentar un plan que ni siquiera había funcionado en el pasado. En el caso de la universitaria, al carecer de una estrategia con el objetivo de formar capital humano acorde con una competencia moderna, graduó 18.000 abogados por año y solo 300 matemáticos. ¿Y si para revertir la historia invertimos la ecuación, capacitamos a 18.000 matemáticos y solo 300 abogados?
En términos de crecimiento no pasaría demasiado. Específicamente los letrados no se forman para crear riqueza y los matemáticos, fundamentales para las ciencias ligadas al desarrollo, no encontrarían lugar para aplicar sus saberes y posiblemente emigrarían. Ocurre que nuestra industria no produce cantidad de bienes en consonancia con la Cuarta Revolución Industrial. Así, casi no demanda mano de obra acorde con esta etapa del desarrollo y capacitaríamos matemáticos, o físicos o ingenieros a ser utilizados por otros países. Asimismo, al ser poco competitivos, nos disociamos del mundo y como consecuencia vendemos al exterior solo un 14% de nuestro PBI, cifra que nos ubica entre los países más cerrados del planeta (el mundo en promedio exporta el 30% de su PBI).
Varias lecciones nos entrega la competencia que abandonamos a fines de 2010, cuando dejamos de crecer, más allá de algún anabólico que nos permitió dar algunos pasos más. Primero, no hubo algo así como una década ganada, y la que siguió fue una desperdiciada. Segundo, la reactivación del mercado interno solo nos sacará del apuro, pero de ninguna manera nos permitirá crecer y desarrollarnos. Y tercero, abrir más universidades u otorgar más becas a nuestros científicos sin mirada estratégica, como ha venido sucediendo, más allá de algunos aplausos es derrochar recursos. En definitiva, para salir del estado de mediocridad en el cual ingresamos hace más de medio siglo, necesitamos modernizar nuestra industria, formar capital humano acorde y contar con un Estado que apoye las iniciativas que miran más allá de nuestras fronteras. Entonces sí, tal vez, 18.000 matemáticos por año no alcancen y la restricción externa, la que tanto nos preocupa, sea historia del pasado.
Profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno, Universidad Torcuato Di Tella