Las experiencias de cuatro alumnos “con sus nombres cambiados, pero no sus circunstancias” ayudaron al sacerdote Fabio Oller a profundizar una reflexión sobre el significado de las familias en la propuesta del Papa Francisco. “Hay muchas preguntas en el día a día que ni siquiera verbalizamos, pero de algún modo las familias van respondiendo; cuando vemos a nuestros padres trabajar, relacionarse, perdonar, alegrarse, vivir el cansancio o el sacrificio, las familias nos introducen en el significado profundo de la realidad” dijo.
Pequeñas historias
Lucas, un adolescente abandonado por su familia, estuvo en distintos hospitales por problemas de salud. La red que ofrece el sistema estatal lo ayudó en su camino; él participó ampliamente de actividades deportivas, musicales; hasta que pudo ser recibido en un hogar de abrigo. Al estar unos días en la casa de una familia, Lucas comienza a mirar su adolescencia, sus múltiples heridas, le cuesta vivir allí. Hay límites, y cosas que no le gustan. Pero dice: quiero seguir porque es hermoso estar en un lugar donde uno se puede sentir mal. Su experiencia es impactante para mí, como docente. Con la familia que lo acogió, Lucas se dio cuenta que tenía la libertad de ser Lucas a secas: ellos le permitieron vivir su humanidad total, no era el chico problemático, consumidor o enfermo que necesitaba ser asistido. Un atisbo de experiencia familiar lo había rescatado de la fragmentación que todos podemos vivir; nosotros somos tratados como consumidores, trabajadores, o votantes también.
Entonces, en la experiencia educativa entendí cómo había sido la participación de la familia en el proceso de Lucas como alumno. Él podía decir yo, sacar su límite, su miseria y su cansancio sin que alguien le caiga encima para ver a qué especialista llamamos. Este es el punto: el paso de una experiencia de fragmentación a una experiencia de totalidad. El papa nos dice: ¿la educación es una introducción a la realidad total o no?
El caso siguiente es Camila, una joven que enferma gravemente, y a quien todo el mundo le dice: tomate un tiempo con la escuela, para qué gastarlo en estudiar si tu perspectiva de vida es tan oscura. La respuesta de Camila viene de la mano de su abuela. Contaba que ella cuando se sentaban a la mesa siempre besaba el pan; era yugoslava, venía de la experiencia de la guerra y sus carencias; por eso señalaba que, aunque el pan era comprado igual era un regalo de Dios. A medida que envejecía la anciana la miraba, se ponía de pie y la bendecía porque para ella nada era comparable. Una vez la adolescente me dijo: yo no beso el pan, pero, cuando veo la carpeta le doy un beso, porque si bien estoy enferma, yo no soy mi enfermedad. Todavía puedo estudiar; me da mucha alegría ir a la escuela y cuando veo a mis compañeros me dan ganas de abrazarlos. Aquí hay otro punto: a Camila, nadie la había a entrar en la realidad como la abuela; ella le enseñó el significado de las cosas, simplemente, viviendo el día a día. Así la rescató de la banalización, que es una reducción de la realidad. Y nosotros somos banales con estos chicos como Camila, los queremos reducir a su enfermedad y creemos que su satisfacción es descansar o estar bien. Quiero rescatar que Camila al convivir con su abuela veía su relación con la familia, la comida, con Dios, y con el destino.
Los otros casos hacen referencia a chicos con problemas de adaptación. Sus compañeros no los aguantan más, pero entre ellos, siempre hay uno que se les acerca. A veces aparece el cuerpo adulto del colegio para hablar de empatía, o de valores como la solidaridad, entender y no discriminar. Pero, en estas conversaciones, los valores suelen ser abstractos.
El padre Oller continúa con estos testimonios, cuenta que un alumno con un hermano autista le dice: creo que mis compañeros no entienden, yo tengo un hermano que es muy difícil, sin embargo, sé que él puede dar unos pasos porque mis papás lo perdonan cada vez que algo no le sale. Si ellos no vuelven a darle un nuevo inicio, mi hermano no tiene ninguna posibilidad. Este chico vio con sus propios ojos que sin misericordia no se puede hacer un camino en la vida, y que, sin perdón es imposible retomar. Podemos tener miserias o pecados, pero si hay alguien que nos permite recomenzar, se abre otra posibilidad.
El último caso hace referencia a un chico que atraviesa el aula para estar al lado de un compañero difícil y hacer un trabajo que les iba a llevar el doble de tiempo. El gesto impactó al padre Oller y lo felicitó: profe, no lo ayudo para que me feliciten, dijo el alumno. Es que cuando nosotros éramos chicos a mamá la ayudaban en Caritas, y ella después le daba cosas a mi vecina que no le podía pagar…Nosotros se lo dijimos, pero respondía: yo no le doy las cosas para que me paguen. Luego observaba que su mamá estaba llena de amigos, así aprendió la experiencia de la gratuidad. Ella era rica en vínculos porque vivía la experiencia del don. No sólo lo había arrancado a él del cálculo, lo había lanzado a otros vínculos, y le permitió ver la riqueza de la gratuidad.
Mirar la experiencia
Como educadores hemos leído abundante literatura, pero además tenemos experiencia de las crisis de las familias desde distintas vertientes, marxismo, desarrollismo, post modernidad en general, sea porque reproducen las relaciones de dominación, o por la circunstancia que sea. Sin embargo, los invito a mirar la experiencia que hicieron ustedes de sus propias familias. ¿Hay algo que va más allá de la crisis o de los consensos culturales?
Porque hay exigencias sin las cuales ya no podemos vivir. No podemos vivir sin decir yo, y tampoco sin un significado. La vida Lucas, o de la chica con una enfermedad, sin significado se reduciría a necesidades, a que le den el tratamiento, o que la escuela tenga la rampa, pero no alcanza. Esas necesidades se pueden satisfacer, pero sin significado, sin misericordia, es imposible hacer un camino. No son exigencias que simplemente podemos tercerizar. Podemos decir que hay muchas necesidades, la de un nuevo hombre, una nueva humanidad, en la que quizás la familia sea irrelevante. Pero el tipo de experiencia que se insinúa en ellas tiene que ver con exigencias humanas.
En la catequesis parroquial a veces encontramos familias que viven la belleza de estos vínculos: la totalidad, el significado, el don, la persona, pero a veces les falta una compañía que los ayude a profundizar. Entonces, el colegio puede ser el lugar donde la familia encuentra que su experiencia se esclarece y una pastoral profunda tiene que dar razones, ayudar a pensar, e ir al fondo: no alcanza con el afecto, la ética o un voluntarismo.
La invitación es a vivir una experiencia. El pacto profundo se produce entre personas que encuentran que hay un lugar más verdadero.
A veces, yo re descubro a mis alumnos a partir del rostro de sus padres, cuando cuentan cosas que los chicos llevan en su corazón. Esto es un bien para nosotros. Nos hace espejo de dos cosas, aciertos de la tarea educativa, en la que podemos ver positivamente que hay humanidades que se van despertando, pero también la desilusión, que es un gran don, porque permite retornar a lo verdadero, es decir, para tu tarea docente, sobre todo si uno se va acostumbrando. Estar con las familias y relacionarnos con ellas siempre es un bien para retomar la propia vocación.